Miseria y corazón – misericordia. El corazón que acoge y ama lo más miserable
Celebrando el domingo de la Divina Misericordia, será bueno que profundicemos en su significado como el amor en su expresión más extrema, la que nos lleva a abrir nuestro corazón a acoger y amar incluso lo más miserable. Así se nos presenta Jesús en el evangelio en los múltiples encuentros con aquellos que son excluidos de la sociedad y han de probar el trago amargo de la miseria, personas -hermanas y hermanos nuestros- que en todas las sociedades están presentes, también en la nuestra. Hará falta estar atentos, detectar su presencia y actuar en consecuencia.
El papa Francisco nos lo explica y dice que «Él (Dios) nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo» (MV 25). ¿Podemos decir que somos la cara visible de esta Iglesia que está llamada a ser testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como lo más central de la revelación de Jesucristo y de nuestro actuar cristiano?
San Agustín experimenta en su vida –a los 33 años–, por el paso de la conversión, la misericordia de Dios. Su libro las Confesiones es un canto de agradecimiento a esta misericordia de Dios que ha experimentado en su propia persona y que explica de esta forma tan gráfica: «Lleno de orgullo, me atrevía a buscar lo que solo el humilde puede encontrar. ¡Qué felices sois vosotros ahora! ¡Con qué serenidad, con qué seguridad aprendéis vosotros, los que, aún pequeños, estáis en el nido de la fe y recibís el alimento espiritual! Yo, en cambio, infeliz, juzgándome con capacidad para volar, abandoné el nido y, antes de levantar el vuelo, caí en tierra. Pero, el Señor, en su misericordia, me levantó para que no muriera pisado por los transeúntes y me puso de nuevo en el nido» (Sermón 51,6).
Entonces, se pregunta: «¿Qué es misericordia?» y dice: «No es otra cosa sino cargarse el corazón de un poco de miseria (de los demás). La palabra “misericordia” deriva su nombre del dolor por el “miserable”. Las dos palabras están en este término: miseria y corazón. Cuando tu corazón es afectado, sacudido por la miseria de los demás, aquí tienes la misericordia» (Sermón 358 A).
Todo ello nos hace ver que la misericordia tiene que ver con la inclusión social de los pobres. Una comunidad cristiana y cada cristiano, unidos a Dios, tenemos que estar atentos al grito angustioso de los pobres y socorrerlos. Preguntémonos: ¿qué comunidad invierte más horas en escuchar este clamor y responder, dedicando a ello más tiempo que a otras cosas? Entre nosotros hay testimonios que debemos reconocer, valorar y agradecer. Descubrámoslos y unámonos a ellos. Ejerciendo la misericordia, hacemos nacer brotes de vida, brotes de resurrección.










