Hoy, hace falta que de entre nosotros surjan profetas

La palabra profeta no es muy frecuente en el lenguaje usual secular y, si alguien se hace una posible idea, la refiere al futuro y a su previsión. A pesar de que esto no queda descartado del todo, profeta es sobre todo aquel que habla en nombre de Dios. Este es el significado más común en la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento. ¡Profetiza! ¡Haz de profeta! es la expresión que hace referencia directa a comunicar aquello que Dios le dice. Lo hace así en que vive de la relación con Dios y está atento al pueblo porque está inmerso en él e implicado con él, con sus deseos y justas aspiraciones. Los profetas, en la tradición bíblica, son los que han mantenido viva la fe del pueblo y lo han liberado de aquellas idolatrías y falsas alianzas que lo debilitan, y han sido los defensores de su identidad colectiva y dignidad humana.

Conviene que recuperemos, pues, el significado de la palabra profeta y nos lo apliquemos, puesto que toca el núcleo de nuestra vocación y misión cristianas. Lo entenderemos bien si somos personas que frecuentamos la Palabra de Dios, la leemos con gusto, la meditamos, la reflexionamos y la hacemos plegaria. En la Biblia encontramos numerosos ejemplos en los cuales el profeta se deja llenar de la Palabra y se siente urgido a hacerla suya y comunicarla. Miremos, por ejemplo, con qué vehemencia el profeta Jeremías le dice a Dios: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido» (20,7) o la plena convicción que tiene de la eficacia transformadora de la Palabra en su vida, hasta llegar a decirle: «Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón, y tu nombre era invocado sobre mí, Señor Dios del universo» (15, 16). Es un aspecto clave de nuestra fe, creer en la eficacia de la Palabra y sentirse mensajero para extenderla allá donde el Señor nos envía.

En un momento de la ordenación diaconal se hace mención a la fuerza que tiene la Palabra cuando se propaga de los unos a los otros, precisamente al decir: Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido hecho mensajero; cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñes. Fijémonos en la unidad que respira este texto: recibir, creer, leer, practicar y enseñar. Ser profeta quiere decir haber asumido la misión de hacer vivir el Evangelio y enseñarlo. El hecho es que todo cristiano, desde el bautismo, es profeta y, por coherencia, no puede renunciar a serlo. Y, lo es, sobre todo, si es humilde y sabe encajar –porque se fía de Dios- todos los contratiempos que le salen al paso. Por eso, pone por encima de todo su confianza.

Por otra parte, resulta normal que, debido a su honradez y claridad, los profetas sean perseguidos, calumniados, despreciados y asesinados. También lo vemos hoy. La Biblia está llena de ejemplos, en Antiguo y el Nuevo Testamento, Jesús y la vida de la Iglesia con sus santos a lo largo de los siglos. Podemos leer, con la mentalidad de hoy, las palabras de Moisés a su pueblo: «El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharéis». Por eso, hace falta que de entre nosotros surjan profetas, personas que por la integridad de su vida y en contacto asiduo con la Palabra, saben comunicarla con total normalidad y en cualquier escenario de la vida familiar, social y política, anunciando el Evangelio y denunciando el mal. El profeta vive en medio del pueblo, compartiendo sus alegrías y esperanzas, tristezas y angustias, haciendo que todo aquello que hay de humano resuene en su corazón. Es capaz de dar la vida porque ama, como Jesús.

Sants del dia

05/05/2024Sant Jovinià, sant Eutimi, sant àngel màrtir.

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