Buenos cristianos en el contexto socio-cultural-religioso actual
Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana
Turín, 17 de enero de 2020
Que buen acierto es entender el lema salesiano «Buenos cristianos y honrados ciudadanos» en el contexto de la oración del Señor al pedir a Dios «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10) descubriendo de esta forma la realidad de la fe unida al compromiso de la transformación de nuestra sociedad. Se trata de uno de los temas más sensibles en la vida de san Juan Bosco y situado en el contexto socio-político-eclesial en el que vivió. Para nosotros, los cristianos, dos visiones inseparables, que muestran el corazón del Evangelio y, al mismo tiempo, son el norte que ha de guiar la vida cristiana y en ella todo proyecto educativo. Aunque en mi reflexión me centre más en la primera parte de la frase, como se me ha pedido, resulta obvio no separarla de la segunda sobre «honrados ciudadanos», porque si no fuera así, para un cristiano, una y otra frase por separado carecerían de sentido, ya que ser «buen cristiano» perdería credibilidad si se separara de la honestidad o la honradez como ciudadanos. Se trata, pues, de un compromiso «político» que dimana directamente del compromiso con el Evangelio y con la comunidad que lo encarna en la realidad humana. No es posible separar la fe de la vida, el ser cristiano de su coherencia personal y su testimonio de vida, cuyo lugar de realización es la sociedad.
Ser buen cristiano no significa «buenismo»
Al hablar de «buenos» cristianos no nos referimos para nada al «buenismo» o forma de ser y de actuar más bien débil, centrada en una espiritualidad inoperante que no toca en corazón de la vida, aquella bondad que no arriesga y se complace a sí misma. El papa Francisco, al referirse a las motivaciones por un renovado impulso misionero y a los evangelizadores con Espíritu, dice con toda claridad y poniendo la cuestión en su punto de equilibrio, que «desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad» (EG 262).
La bondad, que es exigencia de la caridad y está dentro de la lógica de la Encarnación, es la virtud de los fuertes, de los que aman de verdad y han hecho de su vida y verdadero signo del amor de Dios. El Rector Mayor, P. Ángel Fernández, en su Aguinaldo 2020, hace referencia al texto de san Pablo a los efesios (3,14-19) poniendo la centralidad del amor de Cristo, arraigados y cimentados en él.
«Por esta razón me pongo de rodillas delante del Padre, de quien recibe su nombren toda familia, tanto en el cielo como en la tierra. Y le pido que de su gloriosa riqueza os dé interiormente poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, y que Cristo viva en vuestro corazón por la fe. Así, firmes y profundamente enraizados en el amor, podréis comprender con todos los creyentes cuán ancho, largo, profundo y alto es el amor de Cristo. Le pido, pues, que os dé a conocer ese amor, el cual es mucho más grande que cuanto podemos conocer. Así estaréis totalmente llenos de Dios».
1. La referencia a la «bondad» en el Evangelio
La cuestión que se nos plantea ya de entrada es cómo vivir nuestra fe en un contexto socio-cultural-religioso nuevo en relación incluso con décadas anteriores. Ha sido tan fuerte este cambio que muchos no lo soportan, pues la exigencia es de cada vez más intensa y las ofertas más plurales e incisivas, es decir, que proponen también al hombre y la mujer de hoy, especialmente a los jóvenes «nuevos cielos y nuevas tierras…», pero con un vacío de valores declaradamente preocupante. Para Don Bosco, «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» –y tal como él mismo escribe– será la su verdadera política. No se trata de algo inventado de nuevo, sino poner en rodaje, y en la actualidad del momento, los valores del Evangelio en cuanto nos proponen elevar el corazón hacia Dios, pero con pies bien puestos en la tierra, donde se realiza plenamente la voluntad de Dios.
Un ejemplo muy claro lo tenemos en el canto del Magnificat, cuando la Virgen María, después de alabar al Señor y reconocer desde la fe y con humildad las maravillas que está obrando en ella, reconoce lo que sucede como consecuencia en la sociedad: «Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (cfr. Lc 1,46-56). Estamos ante un amor que transforma su entorno, el ambiente en el cual vive. No es posible «bendecir» y «maldecir» a la vez y saliendo de unos mismos labios, como dice el apóstol Santiago, como tampoco es posible que de una misma fuente mane agua buena y agua contaminada, agua dulce y amarga, el agua dulce no puede salir de una fuente salada. El apóstol termina diciendo «hermanos míos, no conviene que esto sea así» (cf. St 3,9-12).
1.1. La bondad del samaritano
Al analizar la frase «Buen cristiano» siempre me viene delante su semejanza «Buen samaritano». La bondad va unida a la persona de forma inseparable i califica no sólo su actitud, sino que define su personalidad. Jesús responde sobre el cumplimiento de la ley en el momento en que se le formula esta pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Dice el Evangelio que Jesús devuelve la pregunta a ese maestro de la ley. La respuesta deja en claro cuál es el primero y principal mandamiento, que irá unido al segundo. Alabando la respuesta, aún ha de escuchar otra pregunta que ayudará a hacer el paso de la ley a la misericordia hacia los demás. La pregunta clave es: « ¿Y quién es mi prójimo? » (Lc 10,29). Ahí se cuece la respuesta. La respuesta será «el otro», la actitud que ha de adoptar ante los demás. Me parece importante profundizar en el texto evangélico expuesto en la parábola que explica Jesús:
Lc 10,30-37
«Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos bandidos. Le quitaron hasta la ropa que llevaba puesta, le golpearon y se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente pasó un sacerdote por aquel mismo camino, pero al ver al herido dio un rodeo y siguió adelante. Luego pasó por allí un levita, que al verlo dio también un rodeo y siguió adelante. Finalmente, un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, le vio y sintió compasión de él. Se le acercó, le curó las heridas con aceite y vino, y se las vendó. Luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, el samaritano sacó dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: Cuida a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi regreso. Pues bien, ¿cuál de aquellos tres te parece que fue el prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la ley contestó: El que practicó la misericordia con él. Jesús le dijo: Ve, pues, y haz tú lo mismo».
Jesús pone el dedo en la llaga de la frontera que solemos crear cuando nuestros supuestos deberes con Dios no coinciden con los que honradamente hemos de tener en cuenta para con los deberes hacia nuestros hermanos. La bondad del cristiano tiene que ver directamente con el amor de Dios hecho realidad en el amor al prójimo, por ello «buen cristiano» está directamente relacionado, no sólo con la relación con Dios, sino con el prójimo y la constante propuesta que nos hace Jesús en el Evangelio. Más aún, hablar de «bondad» tiene que ver con el mismo ser de Dios, que es Amor, y que se verifica en el amor al otro, al hermano, al prójimo. La pregunta clave que seguramente se formularon los diversos personajes que se encontraron con el herido en la cuneta del camino. El sacerdote y el levita debieron preguntarse: ¿Qué me pasará a mí si le ayudo? El buen Samaritano invirtió la pregunta: ¿Qué le pasará a él si yo no le ayudo? La respuesta es obvia según sea el tono egoísta o altruista de la pregunta. Buen cristiano y honrado ciudadano. Apliquémoslo.
Benedicto XVI, al referirse al programa del cristiano, dice que es el programa del buen Samaritano, de hecho, el programa de Jesús, que es un «corazón que ve». Éste corazón ve donde se necesita amor y actúa en consecuencia. Y para entender mejor la manera de explicitar el anuncio, añadirá que «el cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable solo el amor» (DCE 31c). Siempre el amor al prójimo será la medida de la verdad del amor a Dios.
1.2. La bondad de Jesús, Maestro
Otro pasaje del Evangelio: « Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios», le responde Jesús a aquel que corriendo se le acerca y arrodillado le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?». Al ponerle delante el cumplimiento de los mandamientos y responder él que ya los está cumpliendo desde su juventud, Jesús le responde sobre su honradez, consecuencia de su bondad para con Dios. Y dice el Evangelio:
«Jesús le miró con afecto y le contestó: Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego, ven y sígueme. El hombre se afligió al oír esto; se fue triste, porque era muy rico» (Mc 10,21-22). |
Tanto un relato como el otro dan en la originalidad del Evangelio. Para mí, esclarecen mucho lo que significa lo de «buenos cristianos» porque van a la raíz del corazón de Dios, toda bondad y misericordia, fuente de aquella madurez cristiana que es la honradez que se derrite en el amor para el otro… Ahí está el reto y la diferencia de un planteamiento que separa la bondad que vivimos como cristianos y la honradez que tiene que ser su verificación en la actuación personal y social. En su unidad e identificación radica la credibilidad ce nuestra fe, la coherencia de nuestro compromiso cristiano.
1.3. La bondad de Jesús, Pastor
Si damos otro paso, también siguiendo el Evangelio, és importante que nos fijemos en Jesús y la definición que da sí mismo al decir «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,14). Ahí también aparece la bondad como lo más definitorio de su vocación y misión. Para nosotros, este relato tiene suma importancia sobre todo en lo que se refiere a la pastoral educativa en cuanto pone de relieve nuestra vocación de educadores –tan propia e la identidad salesiana– tanto en el campo de la prevención como en el del acompañamiento a lo largo de todo el proceso educativo. Se trata de una educación completa en todos los sentidos, ya que viví en primera persona y a fondo el planteamiento del Oratorio Festivo. Esto me lleva al más que grato recuerdo de mis años de formación en el Colegio Salesiano de Ciutadella (isla de Menorca), donde está el primer santuario de María Auxiliadora, erigido ya en tiempos de Don Bosco y antes de llegar los primeros salesianos. María Auxiliadora los recibió, les estaba esperando. Fue en estos años de formación salesiana cuando nació mi vocación sacerdotal.
Toda pastoral en la Iglesia tiene su fundamento en Jesús, el Buen Pastor, en su estilo, en sus palabras, en su forma de actuar y acompañar. Es el único referente para profundizar en nuestra identidad de evangelizadores y educadores de la fe. Tenemos, sin embargo, hoy, el peligro de separar la identidad del Buen Pastor –del buen educador cristiano– de su implicación en el desarrollo de la sociedad. Forma parte de la bondad del pastoreo tener muy claro –como dice el Rector Mayor, D. Ángel Fernández en su Aguinaldo para este año–, «el compromiso con la vida púbica, la honradez personal y la alergia a todo tipo de corrupción, la sensibilidad hacia el mundo de la migración y hacia la creación y la casa común que se nos ha dado, el compromiso de tutelar los indefensos, de los sin voz, de los descartados».
La identidad del Buen Pastor está muy definida en el Evangelio. Utilizando las mismas palabras de Jesús, la primera referencia la dirige a dos formas de actuar: como pastor que ama las ovejas o como asalariado a quien sólo le preocupa el sueldo. «El buen pastor –dice– da su vida por las ovejas», en cambio «el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas» (Jn 10,11-13).
Paralelamente, no podemos obviar el problema de los pastores que se pastorean a sí mismos. Ya el profeta Ezequiel lo advertía siglos antes de Jesús al referirse a los pastores de Israel. La dureza del texto profético ha de ponernos en guardia de posibles actitudes y acciones en nuestra labor educativa. Se nos pide ser, como Jesús, buenos pastores en medio de nuestros rebaños, se nos pide oler oveja, encarnados en su realidad para ir delante, en medio y detrás de ellas. Así nos lo pide el papa Francisco al hablar de la misión del obispo que yo siempre hago extensiva a todo educador y en todos los ambientes en los que nos movemos. La advertencia del profeta Ezequiel puede ayudarnos a ser fieles a la vocación a la que hemos sido llamados:
«Me fue dirigida esta palabra del Señor: “Tú, hombre, habla en mi nombre contra los pastores de Israel. Diles: Esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! Lo que deben cuidar los pastores es el rebaño. Vosotros os bebéis la leche, os hacéis vestidos con la lana y matáis las ovejas más gordas, pero no cuidáis el rebaño. No ayudáis a las ovejas débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las que tienen una pata rota, ni hacéis volver a las que se extravían, ni buscáis a las que se pierden, sino que las tratáis con dureza y crueldad. Mis ovejas se quedaron sin pastor, se dispersaron y las fieras salvajes se las comieron. Se dispersaron por todos los montes y cerros altos, se extraviaron por toda la tierra y no hubo nadie que se preocupara por ellas y fuera a buscarlas”. Así que, pastores, escuchad bien mis palabras. Yo, el Señor, lo juro por mi vida: Fieras salvajes de todas clases han robado y devorado a mis ovejas, que no tienen pastor. Mis pastores no van en busca de las ovejas. Los pastores cuidan de sí mismos, pero no de mi rebaño. Por eso, pastores, escuchad las palabras que yo, el Señor, os dirijo: Pastores, yo me declaro vuestro enemigo y os voy a reclamar mi rebaño; voy a quitaros el encargo de cuidarlo, para que no os sigáis cuidando a vosotros mismos; rescataré a mis ovejas, para que no os las sigáis comiendo» (Ez 34,1-10).
A continuación, viene expuesta la misión del pastor, de Dios mismo y su manera de tratar las ovejas:
«Yo, el Señor, digo: Yo mismo me encargaré del cuidado de mi rebaño. Como el pastor que se preocupa por sus ovejas cuando están dispersas, así me preocuparé yo de mis ovejas; las rescataré de los lugares por donde se dispersaron un día oscuro y de tormenta. Las sacaré de los países extranjeros, las reuniré y las llevaré a su propia tierra. Las llevaré a comer a los montes de Israel, y por los arroyos y por todos los lugares habitados del país. Las apacentaré en los mejores pastos, en los pastizales de las altas montañas de Israel. Allí podrán descansar y comer los pastos más ricos. Yo mismo seré el pastor de mis ovejas; yo mismo las llevaré a descansar. Yo, el Señor, lo afirmo. Buscaré a las ovejas perdidas, traeré a las extraviadas, vendaré a las que tengan alguna pata rota, ayudaré a las débiles y cuidaré a las gordas y fuertes. Yo las cuidaré como es debido» (Ez 34,11-16).
Jesús, puerta i pastor
«Jesús añadió: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que se mete por otro lado, es ladrón y salteador. El que entra por la puerta, ese es el pastor que cuida las ovejas. El guarda le abre la puerta, y el pastor llama a cada oveja por su nombre y las ovejas reconocen su voz. Él las saca del redil, y cuando ya han salido todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen porque reconocen su voz. En cambio no siguen a un extraño, sino que huyen de él porque no conocen la voz de los extraños.
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir.
Volvió Jesús a decirles: Os aseguro que yo soy la puerta por donde entran las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí fueron ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: el que por mí entra será salvo; entrará y saldrá, y encontrará pastos.
El ladrón viene solamente para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; pero el que trabaja solamente por el salario, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor ni son suyas las ovejas. Entonces el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones. Ese hombre huye porque lo único que le importa es el salario, no las ovejas.
Yo soy el buen pastor. Como mi Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, así conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traer. Ellas me obedecerán, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volverla a recibir. Esto es lo que me ordenó mi Padre».
2. El actual contexto socio-cultural-religioso
2.1. Inmensas posibilidades
El actual contexto socio-cultural-religioso, contemplado desde la fe, nos ofrece inmensas posibilidades para vivir esta pedagogía que nace del mismo Jesús. La propuesta es ser buenos cristianos en ambientes post-creyentes o post-cristianos. De la misma manera que la realidad vivida aquí en Turín por el joven sacerdote Juan Bosco, y en la que se fijó en la sed de Dios y de Evangelio que estaba percibiendo, de forma especial entre los jóvenes, quizá los más abandonados, hoy podemos asumir su mismo ardor apostólico y asumir la realidad tal y como es. También en mis años de Director y luego de Presidente de la Comisión de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española, hablé mucho de la pastoral preventiva en el sentido de hacer el esfuerzo en todo planteamiento de adelantarnos a los acontecimientos y acertar con prudencia y serenidad en las respuestas a las preguntas que realmente la gente se hacía y responder dialogando desde el Evangelio.
Como he dicho –y lo digo con una visión realista–, el contexto socio-cultural-religioso actual nos ofrece enormes posibilidades. Es en este contexto que hemos de llevar a término el anuncio del Evangelio, ya que «la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos, y Dios ha establecido un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. Ha elegido convocarnos como pueblo y no como seres aislados (cf. LG 9). Nadie se salva solo, es decir, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Éste pueblo que Dios se ha elegido es la Iglesia» (EG 113). El anuncio del Evangelio no tiene otro contexto que éste, el que configura nuestra vida actual, con sus retos y oportunidades, y, a la vez, con la obligación de hacer realidad el encargo de Jesús de «ir a todos los pueblos y hacer discípulos» (cf. Mt 28,19), si excluir a nadie.
2.2. Hay verdadera sed de Dios, hay que detectarla y ayudar a saciarla
Hay momentos en los que quedamos gratamente sorprendidos cuando en este contexto socio-cultural-religioso descubrimos una verdadera sed de Dios en muchas personas que aparentemente no creen o al menos lo dicen, o participan de un ambiente post-cristiano que prescinde totalmente de la referencia religiosa. Aparentemente parece que hay recelo, prejuicios, indiferencia e, incluso, quizá rechazo…, pero no es así. Hablando directamente de persona a persona se descubre un humus religioso que necesita ser trabajado, como la tierra que ha de estar bien dispuesta y labrada para recibir la semilla. De ello daría muchos ejemplos que lo reafirman: en un bar tomando una pizza, de camino o en una excursión, en un encuentro fortuito en medio de la calle, en una visita a la cárcel y hablando con los presos, en casa de un enfermo y valga para él y para la familia, que también se beneficia y goza de nuestra presencia.
El papa Francisco nos anima –como el mismo dice– a «una siempre vigilante capacidad para estudiar los signos de los tiempos». Dice que esto supone una «responsabilidad grave, ya que algunas realidades del presente, si no están bien resueltas, pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de corregir más adelante» (EG 51). Si la palabra «cristiano» ya lo dice todo y aún le añadimos el calificativo de «bueno» nos vamos acercando a la mayor perfección que Dios nos pide, cuando Jesús afirma «sed buenos como lo es vuestro Padre celestial» (sed perfectos, sed misericordiosos, sed santos…). Esta «bondad» nos introduce en el itinerario de santidad al que todos estamos llamados.
2.3. Algunos desafíos del mundo actual. Cambio de época
Observando algunos desafíos del mundo actual, según la descripción que hace el papa Francisco en EG, y después de valorar muy positivamente los avances que se perciben en el ámbito de la salud, de la educación y de la comunicación, dice que no podemos olvidar que «la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo viven precariamente el día a día y con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida. Estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces anónimo» (EG 52).
El actual contexto socio-cultural-religioso tiene muchas dimensiones que a la vez configuran nuestra sociedad no-cristiana que, al mismo tiempo cuenta con un ambiente pluri-cultural y pluri-religioso, según los países. Buenos cristianos y honrados ciudadanos, ¿cómo hacer que sea realidad en ambientes en los que domina una mayoría no-cristiana o post-cristiana? Estos ambientes tienen derecho a que se les sea anunciado el Evangelio, como toda otra persona de buena voluntad. ¿Qué sucede cuando incluso en nuestros colegios los educadores laicos no disponen de una fe madura ni haya acontecido aún en su vida el encuentro personal con Cristo, ni mucho menos el entusiasmo por anunciarlo? Éste es el drama de la educación cristiana en nuestros países de Europa, cuando el mismo hecho religioso es apartado de todo planteamiento educativo y reducido a la opción privada fuera de los centros.
2.4. El valor decisivo del testimonio
San Pablo VI definía muy bien este contexto y el proceso evangelizador para adentrarse en él cuando en su maravilloso documento Evangelii Nuntiandi se refería al testimonio, es decir, a lo que provocaba la «evangelización silenciosa» y luego a la «evangelización explícita». Se trataba de enfocar bien el tema de la relación entre las personas y en el caso que nos ocupa el de la prevención, tan propia de la pedagogía salesiana. El texto es enormemente atractivo y significativo:
«La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio.
Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que Cristo no había sido nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en una sociedad cristiana pero según principios no cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan pero sin poder darle un nombre. Surgirán otros interrogantes, más profundos y más comprometedores, provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial, en general al primero absolutamente en la evangelización. Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores. Se nos ocurre pensar especialmente en la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los países que los reciben» (EN 21).
Él mismo añadía después de haber dado este primer paso evangelizador por la vía del testimonio, la necesidad de un anuncio explícito, y decía:
«Y, sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado —lo que Pedro llamaba dar «razón de vuestra esperanza»—, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios. La historia de la Iglesia, a partir del discurso de Pedro en la mañana de Pentecostés, se entremezcla y se confunde con la historia de este anuncio. En cada nueva etapa de la historia humana, la Iglesia, impulsada continuamente por el deseo de evangelizar, no tiene más que una preocupación: ¿a quién enviar para anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar? Este anuncio —kerygma, predicación o catequesis— adquiere un puesto tan importante en la evangelización que con frecuencia es en realidad sinónimo. Sin embargo, no pasa de ser un aspecto» (EN 22).
3. Buenos cristianos a partir
del encuentro personal con Cristo
4.1. La alegría del Evangelio
Hay un texto clave del papa Francisco que introduce lo que realmente tiene que ser una respuesta cristiana a nuestro tiempo y una decisión explicita por parte de cada uno de nosotros. El Papa habla de la «alegría del Evangelio» y dice que es la que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG 1). Contrapone este hecho al «gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado» (EG 2).
Ante todo ello, hay que tomar una decisión valiente. Su invitación es clara. El Papa nos invita –y hoy puede ser una buena ocasión para hacerlo– «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor» (GD 22). Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!» (EG 3).
3.2. El encuentro con Jesús, lo decisivo
Para ser «buen cristiano», lo que hay que conseguir es vivir este encuentro con Jesús. Estamos ante una de las opciones que más definen al cristiano: conocer a Jesucristo a fondo, identificarse con Él, establecer con Él trato frecuente, vivir según Él. Ya en otra ocasión hemos visto que el papa Francisco dice que «si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (EG 49). Sin embargo, ¿cómo acercarnos a estos hermanos nuestros y llegar hasta ellos? Empezando por exigírmelo a mí el primero e invitando a todos y a cada uno a hacer lo mismo. Dejémonos ayudar a hacerlo y hagamos todo lo posible por ayudar a otros a fin de que este encuentro nos configure más y más. El mismo papa Francisco dice que «esta alegría del Evangelio se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida de cada día» (EG 4).
A este respecto, quiero añadir el énfasis con el que el Papa Francisco sigue tratando este tema de la alegría, tan característica del «buen cristiano» y del estilo salesiano que lo concreta. Lo hemos dicho mucho, un santo triste es un triste santo, y a este todo se ha referido al hablar de la santidad. Por ello, afirma que «lo dicho hasta ahora no implica un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico, o un bajo perfil sin energía. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Ser cristianos es «gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17), porque «al amor de caridad le sigue necesariamente el gozo, pues todo amante se goza en la unión con el amado […] De ahí que la consecuencia de la caridad sea el gozo». Hemos recibido la hermosura de su Palabra y la abrazamos «en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo» (1Ts 1,6). Si dejamos que el Señor nos saque de nuestro caparazón y nos cambie la vida, entonces podremos hacer realidad lo que pedía san Pablo: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» (Fl 4,4). (GE 122).
3.3. Un ejercicio de la inteligencia y del corazón
En estos momentos tenemos esta seria preocupación, y la inquietud que ha de movernos es que llegue a mucha gente, tanto si llama a nuestra puerta como si no, la posibilidad de recorrer un camino creyente, no solo aprendiendo cosas del Evangelio y de la vida cristiana, sino entrando progresivamente en el misterio de Cristo, como se entra a conocer a fondo una persona que sabes que te quiere y que tú también la quieres. Es el ofrecimiento de un ejercicio de la inteligencia y del corazón. Este es el objetivo de la iniciación cristiana y de toda catequesis, ayudar a realizar este proceso de identificación con Cristo. Por ahí queremos que vaya todo el movimiento catequético y la promoción del catecumenado entre nosotros, ayudando a realizar un descubrimiento y crecimiento de la fe cristiana. No caigamos en la tentación de la improvisación ni en la de una oferta rebajado del catecumenado, cuando de hecho hoy es más necesario que nunca un proceso de crecimiento en la fe que lleve a la madurez cristiana, junto con una propuesta de integración progresiva en la comunidad de los creyentes mediante la liturgia y la acción caritativa.
Por desgracia, a menudo hemos hecho de la experiencia cristiana una serie de compartimentos separados y desconectados entre sí, por eso los hay que establecen diferencias entre evangelización y sacramentalización; entre catequesis, liturgia y vida; entre creyentes y no practicantes. Ninguno de estos elementos tiene vida por separado, y, si creemos que la tienen, caemos en la incoherencia de la división interna. Pensemos que, en los inicios, la catequesis se hacía durante la liturgia, no había diferencia entre catequesis, liturgia y vida. Todo debe vivirse en una gran unidad, es el don que llamamos mistagogia o la experiencia del encuentro con Jesucristo, entrar en su misterio y conocerlo cada día más. En la liturgia pedimos conocer más profundamente el misterio de Cristo y vivir de acuerdo con sus exigencias. Estas exigencias tienen que ser descubiertas por cada uno desde el trato amistoso con Jesucristo y el conocimiento progresivo que de Él se logre. Pensemos que Él mismo se presenta como amigo y quiere este trato.
3.4. El primero y principal anuncio
A partir de ahí, La catequesis tiene el objetivo de ayudar a que se realice la relación personal con Cristo, a retener su presencia en cada uno y entre nosotros, siempre enraizada en la alegría del amor. Ello pide dejar ciertos hábitos y dejarse tomar por la presencia del Resucitado. Dios nos ama y esta convicción debe estar presente en todos los ámbitos de la vida. Cuando lo hemos aprendido, lo vivimos y lo comunicamos, aparece el fenómeno que llamamos evangelización. Por eso, cada uno de los bautizados es un enviado a ser un agente evangelizador y protagonista del anuncio del Evangelio. Y, ¿cuál es este anuncio? Es el primer y principal anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (EG 164). Aprendámoslo bien. Por eso, debemos hacer que resuene siempre, a cualquier edad, adaptado a cada etapa y teniendo muy en cuenta el proceso de cada uno y la circunstancia que lo rodea. Debemos tener claro, pues, que «en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o kerigma, que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial» (ibíd.).
El papa Francisco dice que «sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones» (EG 120). Ninguno de nosotros puede postergar su compromiso con la evangelización, «pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones» (ibíd.). Lo esencial es haberse encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús. Hemos de dar importancia a los medios que nos ayudan, acentuando la pedagogía de la oración, la experiencia de oratorio, la educación del silencio.
3.5. Itinerario para el encuentro personal con Jesús
En diversas ocasiones se me ha pedido qué hay que hacer cuando se está en silencio durante el tiempo de la oración personal en cualquier lugar, celebración litúrgica o ante el Santísimo. Recuerdo la anécdota de aquel ancianito que estaba ante el sagrario y a quien el Cura de Ars preguntó ¿qué haces delante del Santísimo? Y él respondió con mucha simplicidad: «yo lo miro y él me mira». Algo parecido había dicho santa Teresa de Jesús: «hablar de amor con aquel que sabes que te ama». ¿Qué hacer, pues? «Ahora, habla con Jesús, que con él se puede hablar», me dijo mi padre bajito al oído el día de mi primera comunión, en los momentos de silencio después de haber comulgado. Y, por la noche, antes de ir a dormir, todavía me dijo: « ¿qué le has dicho a Jesús esta mañana?…, y él, ¿qué te ha dicho?». Creedme, ¡esto es posible! La razón es obvia: todo transcurre en un clima de amor. «Vosotros –dice Jesús– sois mis amigos» (Jn 15,14). También nos lo recordó el Concilio Vaticano II: «en esta revelación, movido por su gran amor, habla a los hombres y mujeres como amigos, y conversa con ellos para invitarles y recibirles en su compañía» (DV 2). Por ello el diálogo es fácil y la fe se transmite por contagio, por atracción, por el testimonio. A orar, aprendemos cada día, incluso con el esfuerzo de tener que ser autodidactas. Lo más importante, no obstante, es la actitud de confianza, de serenidad, de dejarse reposar en los brazos amorosos del Señor; el ambiente de concentración y silencio; la oportunidad de tener la Palabra de Dios muy cerca; la conciencia de pertenecer a un grupo de creyentes y sentirte acompañado, bien interpretado, valorado, amado… Es cierto que la oración también puede hacerse en tiempo de turbulencias, pero la respuesta es la misma porque juega la amistad, y transforma la desolación en felicidad.
Me remito a la exhortación apostólica Christus vivit del papa Francisco. Toda entera es un bello itinerario para el encuentro personal con Cristo y, aunque referida prioritariamente a los jóvenes, vale para cualquier edad. Pongo el acento especialmente en el párrafo titulado En amistad con Cristo y sobre todo cuando de forma positiva dice que «es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que supera todo lo que podamos vivir con otras personas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre acompañado» (ChV 156). Resultan muy iluminadoras las palabras del obispo mártir de El Salvador, Òscar A. Romero, cuando dice: «el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una Persona que me amó tanto que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo».
El encuentro personal con Cristo es posible a cualquier hora y situación en la vida. Podemos transportar la experiencia de convivencia que tuvieron los discípulos en tiempos largos y cortos. También la proximidad y el aprendizaje que recibieron en el trato diario con el Maestro, las largas horas de escucharle, de hacerle preguntas, también, paradójicamente, no hacerle caso e incluso olvidarle. Cuando oramos, eso nos pasa con frecuencia y no debe inquietarnos, sino todo lo contrario. Él viene a reforzar nuestra debilidad y curar nuestras incoherencias si tenemos voluntad de conversión. Estamos en la línea de compartir con Él y al máximo el misterio de la encarnación. Por ello, en la oración podemos hacer, hacernos y hacerle muchas preguntas. Si os fijáis, el evangelio está lleno y tenemos muchos ejemplos de relación de personas concretas con Jesús para identificarnos con ellos. ¿Qué encontramos en estos diálogos? Sobre todo, hay acción de gracias, peticiones de perdón, plegarias de ofrenda y de intercesión… «Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar de responderle con la propia vida, crecer en las virtudes, eso hace fuertes los corazones de los jóvenes. Para eso hay que mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él […]. Así como te preocupa no perder la conexión a Internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con claridad qué tendrías que hacer, preguntarle: Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?» (ChV 158).
3.6. La oración, elemento clave para el encuentro
Esta experiencia única y original que es la oración, y que sirve para medir el encuentro con Jesús, debe orientarnos al crecimiento espiritual y a la madurez cristiana. Los momentos de oración personal y comunitaria, los actos litúrgicos, los mismos momentos de adoración, no han de ser considerados como actos puntuales y aislados que responden a devociones particulares y momentos especialmente emotivos. Forman parte de un proceso que debe ir in crescendo y tienen que insertarse en el conjunto de acciones que todo cristiano realiza a lo largo de su vida. Sin embargo, hay que evitar dos extremos, «porque –como dice el papa Francisco–, sí como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad» (EG 88). Hay formas de espiritualidad que, en lugar de crear vínculos, aíslan y, aunque manifiesten externamente una relación piadosa con Dios, lo que expresan es una falsa autonomía que le excluye.
En esta forma de proceder, el papa Francisco ve una forma de consumismo espiritual a la medida de su individualismo enfermizo. Para un auténtico encuentro con Cristo, debemos tener muy presente que «la vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios» (EG 89).
Fijémonos en el lugar que ocupa la centralidad de Cristo en el descubrimiento de Dios que hace san Agustín y que él mismo cuenta en el libro de las Confesiones. Es para tomar nota y compartir la experiencia: « ¡Tardé en amarte, oh belleza tan antigua y tan nueva, tardé en amarte! Y eso que estabas dentro de mí y yo fuera; y te buscaba por fuera, y yo, deforme, me lanzaba sobre estas cosas bellas que creaste. Estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no existiesen en ti, no existirían. Tú llamaste y clamaste y rompiste mi sordera, brillaste y resplandeciste y expulsaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y anhelo por ti; te he gustado y tengo hambre y sed; me has tocado y me ha levantado tu paz».
4. La espiritualidad que fundamenta
la experiencia de ser buen cristiano
4.1. Espiritualidad y misión
Hablar de espiritualidad es hablar del Espíritu, y hablar del Espíritu és hablar de misión, la misión de la Iglesia y la misión que somos cada uno de nosotros. El papa Francisco lo deja muy claro: «La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo» (EG 273).
Al hablar de espiritualidad siempre tengo delante la propuesta que san Juan Pablo II hizo a toda la Iglesia al inicio de este siglo y calificándola como la espiritualidad para el siglo XXI.
En este cambio de época, y más que nunca, hemos de velar por lo que debe ser la fuerza y la motivación de todo: la espiritualidad que nos mantenga en la comunión y nos impulse a la misión. El papa Francisco observa que «una tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de aparecer y de dominar, ciertamente no será santificadora. El desafío es vivir la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evangélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo. De ahí que suela hablarse, por ejemplo, de una espiritualidad del catequista, de una espiritualidad del clero diocesano, de una espiritualidad del trabajo. Por la misma razón, en Evangelii gaudium quise concluir con una espiritualidad de la misión, en Laudato si’ con una espiritualidad ecológica y en Amoris laetitia con una espiritualidad de la vida familiar». (Gaudete et exsultate 28). Tenemos que añadir, todavía, la última exhortación apostólica Christus vivit dirigida a todo el Pueblo de Dios y especialmente a los jóvenes. De la lectura de estos documentos podemos salir personal y eclesialmente muy reforzados. Son un buen acompañamiento y una buena fuente de espiritualidad para vivir hoy nuestra fe y ser buenos cristianos.
Ya hemos hablado de la misión. Debemos entender la misión a partir de una espiritualidad que la impulse y le dé cuerpo, una espiritualidad radical, de historia de la salvación. Necesitamos espacios de gratuidad, horas de silencio, tiempo de interioridad que, junto con la calidad humana de cada uno, nos capaciten para vivir con serenidad y, así, responder a cualquiera que nos pida explicación de nuestra fe y razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe 3,15). Qué bien si cada uno de nosotros, cada cristiano, lo vive según su vocación, donde Dios nos llama a cada uno a hacerse presente. Como consecuencia, debemos procurar que también con sentido de Iglesia lo vivamos así, en nuestra diócesis de Mallorca, donde debe inculturarse el Evangelio para que nos configure en todo lo que somos, decimos y hacemos. Hemos sido bautizados y confirmados, y, por ello somos enviados a ser testigos, lo cual significa que debemos estar dispuestos a mantener vivo el espíritu misionero de la Iglesia en el corazón de la sociedad.
4.2. Espiritualidad de comunión
San Juan Pablo II nos propone una espiritualidad de comunión para hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión (NMI, 43). Él mismo nos dice que «hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo». Y, con toda claridad y casi como condición previa para cualquier actuación, establece que «antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades». Decidámonos a que sea así y practiquémoslo.
¿Qué es y cómo vivir la espiritualidad de comunión?
· Espiritualidad de comunión significa por encima de todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
· Espiritualidad de comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico, y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sufrimientos, para intuir sus deseos y atender sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.
· Espiritualidad de comunión es también capacidad de ver primordialmente lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios, «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.
· En fin, espiritualidad de comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando «unos las cargas de los otros» (Ga 6,2), y rehusando las tentaciones egoístas que continuamente nos asedian y generan competitividad, carrerismo, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Llegarían a ser medios sin alma, máscaras de comunión, que no sus vías de expresión y de crecimiento.
4.3. La espiritualidad cristiana
es la vida según el Espíritu de Jesús
No es de ninguna manera la auto-contemplación ni mucho menos la obsesión por la autoreferencialidad, sino el encuentro personal con Jesús que nos salva. Pongamos atención en lo que nos dice el papa Francisco para entenderlo y vivirlo mejor. Primero, nos advierte sobre el peligro de una falsa espiritualidad y dice que «siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía. Al mismo tiempo, se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación. Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad» (EG 262).
La espiritualidad, como vida según el Espíritu de Jesús que es, nos debe ayudar a establecer vínculos y puentes, a construir con solidez, como lo hace aquel hombre prudente del que habla Jesús en el Evangelio y que construye sobre la roca, no sobre terreno inconsistente, como la arena (cf. Mt 7,24-27). El fundamento sólido de la espiritualidad cristiana es Jesucristo, hagamos el esfuerzo de no sustituirlo per nada ni por nadie. El secreto es amar y amarnos «tal como Él nos ama» (Jn 15,12). La fuente para descubrirlo es el Evangelio, ya que Jesucristo es la medida de toda actuación. Qué bien si cada día somos conscientes de este fundamento y en la oración pedimos que nos mueva a amar «tal como Él nos ama» y actuar en consecuencia haciendo de nuestro vivir cristiano un signo vivo de su amor.
4.4. Espiritualidad cristiana
y espiritualidad salesiana
Después de exponer este marco amplio sobre la espiritualidad de comunión, hace falta matizar aún más el concepto de espiritualidad y ver aquellos aspectos específicos que nos ofrece lo que podríamos llamar «espiritualidad salesiana», no como algo diferente, sino más concreto dentro de la espiritualidad cristiana, en cuanto Don Bosco ha sabido leer los acontecimientos de la vida desde la perspectiva de Dios. Si hablamos de espiritualidad salesiana no nos referimos a una espiritualidad diferente, sino como una forma concreta, carismática, dentro de la gran corriente de la espiritualidad cristiana. Importante la referencia a la tradición de san Francisco de Sales, el cual une el crecimiento en la fe al cultivo de una verdadera amistad, acción que hace de la educación un espacio de cordialidad, familiaridad, cercanía…, en el cual la relación de confianza es fundamental y a la vez proporciona a los jóvenes la seguridad de ser amados.
En la vida de la Congregación salesiana se ha ido concretando esta espiritualidad específica en la medida en que se va tejiendo una vida apostólica en los campos de la educación, de la pastoral, de la encarnación en la vida social. Una espiritualidad que tiene en cuenta el vivir de cada día, en el encuentro personal con Jesús, la comunión eclesial, una espiritualidad mariana. Como se señala en el Aguinaldo 2020, se trata de promover la dignidad de la persona y sus derechos, vivir la generosidad en familia y favorecer la solidaridad con los más pobres, desempeñar el propio trabajo con honestidad y competencia, promover la justicia, la paz y el bien común en el campo de la política, el respeto por la creación y favorecer el acceso a la cultura. Una espiritualidad que conduce a la honradez, a la honestidad en los compromisos con la sociedad, es decir, a ser «honrados ciudadanos». Ya lo he dicho, ni una cosa sin la otra, ser cristiano implica el compromiso ciudadano en todas sus dimensiones.
Hoy, el término «espiritualidad» es muy amplio y necesita matizarse, ya que hay propuestas de espiritualidad que no tienen nada que ver con Jesús y el Evangelio. En esto hay que ir a lo esencial y a lo más específico cristiano. El último Sínodo sobre los jóvenes lo constata y el papa Francisco lo recoge en la exhortación apostólica Christus vivit al decir que «en algunos jóvenes reconocemos un deseo de Dios, aunque no tenga todos los contornos del Dios revelado. En otros podremos vislumbrar un sueño de fraternidad, que no es poco. En muchos habrá un deseo real de desarrollar las capacidades que hay en ellos para aportarle algo al mundo. En algunos vemos una sensibilidad artística especial, o una búsqueda de armonía con la naturaleza. En otros habrá quizás una gran necesidad de comunicación. En muchos de ellos encontraremos un profundo deseo de una vida diferente. Se trata de verdaderos puntos de partida, fibras interiores que esperan con apertura una palabra de estímulo, de luz y de aliento» (ChV 84).
La especificidad cristiana de la espiritualidad ha de presentarse en forma de propuesta, de invitación a compartir y al diálogo, pero sobretodo con el aval del convencimiento y del testimonio, todo ello fruto y resultado de la vida de un «buen cristiano» centrada en el encuentro con Cristo.
La propuesta la presentamos en forma de oferta educativa, de acompañamiento, de un trabajo de persona a persona, de un tú a tú. El papa Francisco nos advierte que «hoy los adultos corremos el riesgo de hacer un listado de calamidades, de defectos de la juventud actual. Algunos podrán aplaudirnos porque parecemos expertos en encontrar puntos negativos y peligros. ¿Pero cuál sería el resultado de esa actitud? Más y más distancia, menos cercanía, menos ayuda mutua» (ChV 66). Pero al mismo tiempo, resulta interesante y hay que hacer caso a lo que el mismo Sínodo sobre los jóvenes insinúa sobe la manera como ejercer la vocación de educadores, ya que de ello se trata. Y lo dice así: «la clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes consiste en encontrar la pequeña llama que continua ardiendo, la caña que parece quebrarse (cf. Is 42,3), pero que sin embargo todavía no se rompe. Es la capacidad de encontrar caminos donde otros sólo ven murallas, es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros sólo ven peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes. El corazón de cada joven debe ser considerado “tierra sagrada”, portador de semillas de vida divina, ante quien debemos “descalzarnos” para poder acercarnos y profundizar en el Misterio» (ChV 67).
5. La iniciación cristiana como proceso,
no se vive sólo de “eventos”
5.1. En una opción de pastoral preventiva que conduzca a la edad adulta hablaría de proceso cristiano de la iniciación. Hoy hay muchos bautizados, pero muchos de ellos no están iniciados. Será necesaria la iniciación o quizá la re-iniciación. El concepto de iniciación nos lleva a hacer posible el paso de la inmadurez a la madurez, un cambio importante en la vida que sitúa la persona en un estadio marcado por la estabilidad. De hecho, iniciar es comenzar, continuar, concluir, volver a empezar, proyectar, realizar. El proceso iniciático de toda persona se realiza dentro de estas coordenadas y requiere, por parte de quien inicia, un paciente encaminamiento y acompañamiento.
5.2. No puede haber iniciación sin una mutua donación de confianza y sin un mínimo acuerdo de roles que cada uno ha de asumir durante el tiempo que dura la experiencia. Así, la iniciación aparece como transmisión por excelencia: una transmisión que se hace sin violencia ni imposición alguna, pero también sin confusión y a partir de una identidad definida por parte de quien inicia.
5.3. En la iniciación, pues, hay unas reglas de juego, una acogida, un aprendizaje, una cierta adopción, un acompañamiento: todo esto revela que no es un trabajo en serie, sino que cada individuo es una persona humana. Por ello, el objetivo de la iniciación es la autonomía del sujeto. La tradición filosófica define la autonomía como el hecho de ser capaz de decidir por uno mismo, capaz de reconocerse autor de las propias palabras y de los propios hechos, de asumir responsabilidades. Es el reconocimiento progresivo de la propia identidad y, a la vez, la identidad del otro. Autonomía y respeto forman una pareja indisociable. Éste es el secreto de la iniciación.
5.4. Iniciar no es hacer adeptos o devotos. És facilitar, es hacer posible el encuentro con Cristo. Iniciar es saber que quien transmite encuentra su felicidad y su alegría en pasar a un segundo plano con el que ha iniciado. Lo de Juan Bautista respecto de Jesús: «Él ha de crecer y yo he de disminuir» (Jn 3,30). Antes había dicho con claridad: «Éste es el cordero de Dios…», iniciado a sus seguidores al descubrimiento y seguimiento de Jesús. Como educadores-animadores, conviene que aprendamos de lo que siente y dice Juan Bautista en el momento de hacer este anuncio: «También yo tengo esta alegría y una alegría que és completa» (Jn 3,29).
5.5. Iniciar es proyectar hacia una integración social crítica. La iniciación no sólo mira el individuo concreto (ser un buen cristiano), sino que lo proyecta hacia la integración en la sociedad (ser un honrado ciudadano). Tendríamos que llegar a poder decir “es un buen cristiano, seguro que es un honrado ciudadano”. Por todo ello, la iniciación tendrá que suscitar la interacción entre su persona y el grupo o sociedad a la cual se integra gracias al proceso de iniciación. Se trata de poner al que es iniciado en situación de camino, en actitud de peregrino, lo cual significa situar en el ámbito de la confianza; dar un sentido a su vida caminando al lado y detrás (según) del Espíritu, y desarrollando un trabajo educativo que ayude a construir el interior de la persona…
5.6. Esta misión (dicho con toda la fuerza de su expresividad recibida de Jesús) es previa a la función de transmitir conocimientos. En la transmisión de maestro a discípulo, el Espíritu cuenta mucho. Abrir a la espiritualidad, abrirse a la acción del Espíritu es abrir la persona a la confianza, a la esperanza, al amor. Los reglamentos y las técnicas no son suficientes.
5.7. Hay un secreto que se transmite y este es totalmente espiritual. Cuando no hay espíritu, es cuando una civilización muere. El maestro es más que un animador (el que da la vida, el que tiene la iniciativa); es más que todo esto: es una persona estructurada y equilibrada interiormente que tiene el deber de mantenerse firme y transmitir esta fortaleza. Es un padre que tiene autoridad natural que sabe ganarse el corazón… Esto daría para una larga reflexión sobre el concepto de autoridad entre nosotros…, en la línea de re-convertirla siempre en «servicio» hasta dar la vida (cf. Mc 9,35; 10,43-45).
5.8. Iniciar es comunicar bien, ser un buen comunicador. Tenemos mucha responsabilidad en todo aquello que transmitimos. Nuestra misión es ayudar a edificar la unidad de la persona, la unidad interior desde nuestra propia identidad definida. Transformando nuestro entorno también nos estamos transformando a nosotros mismos y viceversa. Es obra de artesanía ayudar a hacer el paso de lo visible a lo invisible, del mundo exterior al interior. Todo dependerá del espíritu que se ponga en el acompañamiento y en la transmisión. La humanidad tiene necesidad de personas portadoras de espíritu. Por todo ello, el papa Francisco habla con tanta fuerza a la hora de referirse a las motivaciones por un renovado impulso misionero. Habla de evangelizadores con Espíritu, lo cual quiere decir «evangelizadores que se abren sin miedo a la acción del Espíritu Santo» (EG 259).
5.9. Iniciar es ayudar a aprender a ser. Es transmitir valores de larga duración y que comportan unas exigencias. Juntos, el que inicia y el que es iniciado, han de aprender el ejercicio lento de la espera, del descubrimiento progresivo, de la paciencia, de la constancia, de la perseverancia… La primera comunidad cristiana era perseverante, mientras toda ella se iniciaba en un estilo que chocaba con todo el mundo circundante…
5.10. Sólo así, con estas premisas se entra en el misterio. Se trata de una transmisión espiritual que se organiza en el tiempo y según unas etapas que respetan las reglas relacionadas con la madurez física, mental, cultural y espiritual. Cada etapa es un tiempo definido que el iniciador (todo educador) tiene en cuenta y respeta. Así, llega la incorporación a la comunidad (a la sociedad, al grupo, a la Iglesia…). Realmente este es el objetivo de la pastoral juvenil, el que quiere ayudar a todo joven a encontrarse con el misterio de Dios revelado en la persona de Jesús, presente en su historia, en su vida y en la de su corazón.
6.11. Ser «buen cristiano» significa integrar en la propia persona esta apertura al misterio de Dios y saber que la manera de hacerlo es vivir el encuentro con Jesús, dejándolo entrar en la propia vida con todo su misterio y sin ponerle condiciones. Es lo que hace María ante el anuncio del ángel y tantos creyentes a lo largo de la historia antes y después de Jesús, hasta nuestros días.
6. Hacia una cultura vocacional
ante un fenómeno juvenil diverso y plural
Hay que partir de la realidad tal y como se nos presenta y tal y como la viven los jóvenes. Hay una pregunta de fondo: ¿Cómo interesar a los jóvenes por la persona de Jesús? ¿Cómo ayudarles a vivir su fe en Dios? ¿Cómo entender la presencia y la acción del Espíritu Santo en sus vidas? ¿Cómo sentirse miembros vivos, participantes de la vida de la Iglesia como experiencia de fraternidad y solidaridad? Todos estos interrogantes contienen el reto de la iniciación cristiana.
6.1. La responsabilidad en la transmisión de la fe nos lleva a unir nuestro testimonio cristiano con todos los elementos de búsqueda que anidan en el corazón de los jóvenes. La propuesta será promover la cultura del encuentro en su especificidad de cultura vocacional. Es la cultura que ayuda a salir de uno mismo para encontrarse con el otro, con las otras personas, con el Dios de Jesús…
«Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes, debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral. Es igualmente importante que esté centrado en dos grandes ejes: uno es la profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio» (ChV 213).
6.2. Des de una perspectiva pedagógica es posible introducir una antropología coherente con la Biblia como punto de referencia, a partir de la cual poder contemplar la propia vida viéndonos reflejados en determinados modelos bíblicos, especialmente los que se encuentran directamente con Jesús y exterminan en este encuentro una transformación personal y en su relación con Él y con los demás. El joven puede experimentar este cambio en el momento en el cual toma conciencia no de una religión en general, sino de un mensaje personal que el Señor le dirige a él, en concreto. Puede ser la llamada personal que espera respuesta. Favorecer este descubrimiento es ir poniendo las bases de una cultura vocacional. Así lo dice el papa Francisco:
«En esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor desinteresado, relacional y existencial que toca el corazón, llega a la vida, despierta esperanza y deseos. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo. El lenguaje que la gente joven entiende es el de aquellos que dan la vida, el de quien está allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. Al mismo tiempo, todavía tenemos que buscar con mayor sensibilidad cómo encarnar el kerygma en el lenguaje que hablan los jóvenes de hoy» (ChV 211).
6.3. La valoración del grupo, encontrar en contacto con él y decidirse a caminar juntos puede ayudar a entrar en la necesidad vital del grupo, de la comunidad, de la Iglesia, de la familia, de la sociedad… Importante conocer el «grupo ideal» de los primeros cristianos, que se valore la capacidad de acogida y de acompañamiento.
«La pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, conformando un “caminar juntos” que implica una valorización de los carismas que el Espíritu concede según la vocación y el rol de cada uno de los miembros [de la Iglesia], mediante un dinamismo de corresponsabilidad. Animados por este espíritu, podremos encaminarnos hacia una Iglesia participativa y corresponsable, capaz de valorizar la riqueza de la variedad que la compone, que acoja con gratitud el aporte de los fieles laicos, incluyendo a jóvenes y mujeres, la contribución de la vida consagrada masculina y femenina, la de los grupos, asociaciones y movimientos. No hay que excluir a nadie, ni dejar que nadie se autoexcluya» (ChV 206).
«La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más o menos estructurados, ofrecen la oportunidad de reforzar competencias sociales y relacionales en un contexto en el que no se evalúa ni se juzga a la persona. La experiencia de grupo constituye a su vez un recurso para compartir la fe y para ayudarse mutuamente en el testimonio. Los jóvenes son capaces de guiar a otros jóvenes y de vivir un verdadero apostolado entre sus amigos» (ChV 219).
«Esto no significa que se aíslen y pierdan todo contacto con las comunidades de parroquias, movimientos y otras instituciones eclesiales. Pero ellos se integrarán mejor a comunidades abiertas, vivas en la fe, deseosas de irradiar a Jesucristo, alegres, libres, fraternas y comprometidas. Estas comunidades pueden ser los cauces donde ellos sientan que es posible cultivar preciosas relaciones» (ChV 220).
6.4. En todo este proceso será necesario asumir todo aquello que será la formulación de lo que vive. Se trata del aprendizaje de unos contenidos. Éstos se integraran de una forma normal si pasan por la propia experiencia. Profundizar en el Evangelio y los lenguajes que utiliza puede ser un buen método de aprendizaje. Frases y parábolas de Jesús son un elemento de plena conexión con la vida. Familiaricémonos con ellas y apliquémoslas con facilidad, incluso en nuestro lenguaje habitual, secular. Leer y rezar con el Evangelio cuenta con la influencia del Espíritu que también hace su trabajo, no falla y pide colaboración. Los itinerarios de formación doctrinal e incluso espiritual han de conducir a la acción transformadora, a la actitud y a los hechos de «servicio» a hacer algo por los demás:
«Una oportunidad única para el crecimiento y también de apertura al don divino de la fe y la caridad es el servicio: muchos jóvenes se sienten atraídos por la posibilidad de ayudar a otros, especialmente a niños y pobres. A menudo este servicio es el primer paso para descubrir o redescubrir la vida cristiana y eclesial. Muchos jóvenes se cansan de nuestros itinerarios de formación doctrinal, e incluso espiritual, y a veces reclaman la posibilidad de ser más protagonistas en actividades que hagan algo por la gente» (ChV 225).
«No podemos olvidar las expresiones artísticas, como el teatro, la pintura, etc. «Del todo peculiar es la importancia de la música, que representa un verdadero ambiente en el que los jóvenes están constantemente inmersos, así como una cultura y un lenguaje capaces de suscitar emociones y de plasmar la identidad. El lenguaje musical representa también un recurso pastoral, que interpela en particular la liturgia y su renovación». El canto puede ser un gran estímulo para el caminar de los jóvenes. Decía san Agustín: «Canta, pero camina; alivia con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina […]. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien, en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina» (ChV 226).
«Es igualmente significativa la relevancia que tiene entre los jóvenes la práctica deportiva, cuyas potencialidades en clave educativa y formativa la Iglesia no debe subestimar, sino mantener una sólida presencia en este campo. El mundo del deporte necesita ser ayudado a superar las ambigüedades que lo golpean, como la mitificación de los campeones, el sometimiento a lógicas comerciales y la ideología del éxito a toda costa». En la base de la experiencia deportiva está «la alegría: la alegría de moverse, la alegría de estar juntos, la alegría por la vida y los dones que el Creador nos hace cada día» (ChV 227).
6.5. Entrar en el misterio del Evangelio necesariamente lleva al encuentro con Jesucristo y a responder a sus planteamientos e interrogantes, hasta llegar a las preguntas más radicales: « ¿Quién decís que soy yo? » (Marcos) « Pedro, ¿me amas? » (Juan).
(Marcos 8,27-29)
«Después de esto, Jesús y sus discípulos se dirigieron
a las aldeas de la región de Cesarea de Filipo.
En el camino preguntó a sus discípulos:
¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
Unos dicen que eres Juan el Bautista;
otros, que eres Elías, y otros, que eres uno de los profetas.
Y vosotros, ¿quién decís que soy? –les preguntó.
Pedro le respondió: Tú eres el Mesías».
(Juan 21,15-19)
«Cuando ya habían comido, Jesús preguntó a Simón Pedro:
–Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
Pedro le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: –Apacienta mis corderos.
Volvió a preguntarle: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Pedro le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: –Apacienta mis ovejas.
Por tercera vez le preguntó: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro, entristecido porque Jesús le preguntaba por tercera vez si le quería, le contestó: –Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: –Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras más joven te vestías para ir a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras ir.
Al decir esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro había de morir, y cómo iba a glorificar a Dios con su muerte. Después le dijo: ¡Sígueme!».
6.6. Ante un fenómeno juvenil diverso y plural, hay una llamada a abrirnos a un contexto –en el cual ya vivimos– y que presenta una realidad con la que hay que dialogar y descubrir en ella las «semillas» del Verbo, a través de las que nos abrimos a la verdad de una «Presencia» que tiene que ser reconocida en la fe. De la mano también de la constatación de los mensajes que recibimos de los «signos de los tiempos» a través de los cuales Dios nos habla y nos invita a una actuación cristiana determinada. El papa Francisco nos invita a esta visión abierta:
«Debe haber lugar también para «todos aquellos que tienen otras visiones de la vida, profesan otros credos o se declaran ajenos al horizonte religioso. Todos los jóvenes, sin exclusión, están en el corazón de Dios y, por lo tanto, en el corazón de la Iglesia. Reconocemos con franqueza que no siempre esta afirmación que resuena en nuestros labios encuentra una expresión real en nuestra acción pastoral: con frecuencia nos quedamos encerrados en nuestros ambientes, donde su voz no llega, o nos dedicamos a actividades menos exigentes y más gratificantes, sofocando esa sana inquietud pastoral que nos hace salir de nuestras supuestas seguridades. Y eso que el Evangelio nos pide ser audaces y queremos serlo, sin presunción y sin hacer proselitismo, dando testimonio del amor del Señor y tendiendo la mano a todos los jóvenes del mundo» (ChV 235)
Un apunte final sobre el Sistema Preventivo en la educación de la juventud
«El sistema Preventivo hace encariñado al alumno, de modo que el educador podrá siempre hablar con e lenguaje del corazón tanto mientras se le educa, como después. El educador, al haber ganado el corazón de su protegido, podrá ejercer sobre él una gran influencia, avisarle, aconsejarle incluso corregirle cuando esté ya en el trabajo, en los cargos civiles y en el comercio. Por estas y muchas otras razones, parece que el sistema Preventivo debe preferirse al Represivo».
Aplicación del Sistema Preventivo
«La práctica de este sistema se apoya enteramente en las palabras de san Pablo que dice: Charitas benigna est, patiens est; omnia suffert, omnia sperat, omnia sustinet (1Co 1,4-7). La caridad es benigna y paciente; sufre todo, pero lo espera todo y soporta cualquier molestia. Por eso, sólo el cristiano puede aplicar con éxito el Sistema Preventivo. Razón y Religión son los instrumentos de los que se debe servir constantemente el educador, enseñarlos, practicar-los él mismo, si quiere que se le obedezca y obtener su fin».
Utilidad del Sistema Preventivo
«Alguno dirá que este sistema es difícil en la práctica. Hago notar que por parte de los alumnos resulta mucho más fácil, más agradable, más beneficioso. Por parte de los educadores encierra algunas dificultades, que quedan sin embargo disminuidas, si el educador se entrega con celo a su trabajo. El educador es un individuo consagrado al bien de los alumnos, por lo que debe estar dispuesto a afrontar cualquier molestia, cualquier fatiga con tal de conseguir su objetivo, que es la educación cívica, moral y científica de sus alumnos»
(Instituto Histórico Salesiano. Fuentes salesianas. Don Bosco y su obra. Edit. CCS, p. 394-395