De la ley escrita a la ley del corazón, siempre imperada por el amor

En una sociedad «líquida» como muchos hoy la contemplan, será necesario plantearse, en el proceso de conversión de retorno al Evangelio, cómo podemos aportar elementos positivos, firmes y convincentes para ser fieles al proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros y que se desprende de todo lo que dice y hace Jesús. Por ello, si somos conscientes de lo que sucede a escala mundial y en nuestro entorno más inmediato, alguien ha dicho desde una visión secular que quizás deberíamos retornar a los diez mandamientos para asegurar una ética de mínimos y dar una cierta «solidez» al comportamiento personal y a la convivencia humana.

De la misma manera, y por su inspiración religiosa, tenemos que hablar no solo de los derechos humanos, sino también de su puesta en práctica, especialmente de aquellos que se encuentran más amenazados. Ciertamente que hoy las sociedades necesitan más que nunca de unos principios comunes y estables que sean asumidos por todo el mundo y que ayuden a promover la dignidad humana, el bien común y sean un referente para vivir su dimensión transcendente. Lo leemos en la Biblia y queda muy concretado en el Evangelio, sobre todo cuando términos como «libertad» y «alianza» serán los que protejan los derechos más elementales contra cualquier forma de atropello. El sentido de la fiesta de Pascua será precisamente este: el memorial de la libertad y la alianza con Dios, Él, que ha sido el primero en amar y compadecerse de su pueblo al ver su angustiosa opresión: «He escuchado el clamor de mi pueblo y vengo a liberarlo» (Ex 3,7).

Los diez mandamientos, como dice el pensamiento social de la Iglesia, nos enseñan todos a la vez la verdadera humanidad de la persona. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto, indirectamente, los derechos fundamentales que le son inherentes, elementos recordados por Jesús al joven rico del Evangelio (cf. Mt 19,16-23), donde descubrimos cómo los diez mandamientos constituyen las reglas primordiales de la vida social, sobre todo la defensa de los derechos de los más pobres. Más aún, Jesús completa y perfecciona el sentido de la ley cuando pone el amor como su fundamento. Por ello, como proceso de conversión tendremos que asegurar aquel crecimiento necesario hacia la madurez cristiana cuando se pasa de la ley escrita a la ley del corazón. Jesús nos lo hace ver en su encuentro con un joven rico, le recuerda el cumplimiento de la ley, pero a la vez le propone vivirla a fondo con la llamada personal que le dirige a liberarse de todo lo que le esclaviza y le dice: «si quieres ser más perfecto…». Es el «plus» que le pide -y nos pide a nosotros- más allá del estricto cumplimiento de la ley, en su oferta de conversión a Él cuando le dice: «Ven y sígueme».

Si se nos permite decirlo así: «Dios también tiene sus derechos», cuyo reconocimiento revierte siempre en beneficio del hombre, porque, como dice san Ireneo, «la gloria de Dios es que el hombre viva», Jesús reivindica el derecho de Dios a ser reconocido y adorado. Por ello, interviene de forma tan contundente cuando ve el templo convertido en una manera de utilizar a Dios en beneficio de otros intereses y buscar la propia gloria. El papa Francisco lo llama «mundanidad espiritual». Jesús no puede tolerar que en el templo se haga negocio, que se desvirtúe su carácter sagrado y se llegue a un descarado aprovechamiento de los pobres, y grita: «Sacad esto de aquí; no convirtáis en mercado la casa de mi Padre» (Jn 2,16).  Jesús vela por la integridad de la presencia de Dios, por la transparencia de su acción salvadora, por la defensa de la dignidad de las personas, especialmente las más pobres, por la sinceridad del culto y sus consecuencias éticas, por la limpieza de corazón… Nuestro progreso cristiano hacia la Pascua necesita de esta conversión: pasar de la ley escrita a la ley del corazón, siempre imperada por el amor.

Sants del dia

06/05/2024Sant Pere Nolasc, sant Lluci Cirineu, sant Marià.

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