¡Dios se ha enamorado de nosotros y nos quiere felices!
Mirad qué leemos en la Biblia: «El Señor se ha enamorado de vosotros y os ha elegido de entre todos los pueblos, no porque fueseis un pueblo más numeroso que los otros, cuando de hecho sois el más pequeño de todos, sino porque os ama y se mantiene fiel al juramento que había hecho a vuestros padres. Por eso, el Señor, con mano fuerte, os ha hecho salir de Egipto, la tierra donde erais esclavos, y os ha rescatado del poder del faraón, rey de Egipto» (Dt 7,7-8). Este es el Dios que Jesús da a conocer y con el que se identifica.
Entender cómo Dios se enamora. Es necesario entrar en la profundidad de este misterio que se nos revela y podemos conocer. Sabemos que la experiencia humana más profunda y más gratificante es el amor, el amor que va madurando y ha madurado. Una experiencia de la que no solo Dios no está ausente, sino que es su centro y fundamento, porque como dice Juan: «Dios es amor» (1Jn 4,8). Añadamos esta plegaria: «Señor, nosotros somos tu pueblo, somos tu heredad. Está atento a la oración de tu siervo y de Israel, tu pueblo; escúchalos cuando acuden a ti, ya que te los has reservado para heredad tuya entre todos los pueblos de la tierra» (cf. 1R 8,51-53a.).
Nos ha elegido para que fuésemos santos. Somos su reserva. Somos lo más preciado, más digno de elogio, de reconocimiento, lo más bello y fascinante. Reconocerlo es entender cómo Dios es fiel, persistente en el amor. La perseverancia en un amor que de cada día es más maduro y, por tanto, más consistente. Se da una llamada insistente de Jesús en el momento en el que nos quiere dejar las cosas bien atadas. Fijémonos qué dice: «Tal como el Padre me ama, también os amo yo a vosotros. Manteneos en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, os mantendréis en mi amor, tal como yo guardo los mandamientos de mi Padre y me mantengo en su amor» (Jn 15, 9-10).
Las palabras de Jesús nos orientan hacia lo que es esencial en el Evangelio e invitan a dar de él testimonio personal y como fuente de toda relación social. Así lo dice el Compendio de Doctrina Social: «El comportamiento de la persona es plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y está ordenado al amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean testigos profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus vidas, que el amor es la única fuerza que puede conducir a la perfección personal y social y mover la historia hacia el bien» (CDE 580).
El encuentro personal con Cristo es el elemento decisivo. El papa Francisco constantemente nos invita a este encuentro y lo pone como experiencia fundamental para el Jubileo que acabamos de estrenar. «Dios es amor, y el que permanece en el amor está en Dios y Dios en él» (1Jn 4,16). Estas palabras de la primera carta de Juan expresan con singular claridad el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Hemos creído en el amor de Dios. «Así -dice Benedicto XVI- puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva)» (DCE 1). Esta persona es Jesús que ha entrado en nuestra historia y a quien hemos podido conocer. El misterio de la Navidad es el inicio de este recorrido que debe tenerle como Camino, Verdad y Vida.