Quiero entender que este es el deseo que nos viene de parte de Dios y que, transformando nuestro corazón con el ESPÍRITU de Jesús, nos convierte en voz que silenciosamente o bien alto llega a todo el mundo. Una voz que desea la felicidad, que une las familias, que consuela a los enfermos, que alegra a los tristes, que acoge a los forasteros, que hace compañía a los que están solos, que fortalece a los mayores, entusiasma a los más jóvenes e ilusiona a los niños. Como la de Isaías y de otros, una voz profética que resuena fuerte y contundente,  y dice que nadie se entrenará nunca más para la guerra, que denuncia la carrera de armamentos y reivindica para todo el mundo el respeto y cumplimiento de los derechos humanos, una voz de los sin voz, de los que buscan un trabajo decente y una vivienda digna, una comunidad humana acogedora de la diversidad, un pueblo donde vivir en paz, voz que prepara los caminos al Señor con humildad, empatía y gestos de amor solidario.

Celebrar la Navidad y el conjunto de las fiestas que la siguen es admirar y contemplar con la sorpresa de la fe cómo la Palabra se hace hombre, historia nuestra, allá donde quiere llegar y hacerse presente a través de nuestra voz. Como Joan Baptista, el Precursor del Mesías, nosotros somos también una voz en el tiempo y en medio de nuestros desiertos y oasis del hoy que nos toca vivir, porque la Palabra que existe desde siempre y es DIOS, se hace carne nuevamente en la humanidad a través de nosotros. San Agustín, un cristiano y obispo del siglo IV-V, preguntaba: ¿quieres contemplar la voz transitoria y la divinidad permanente del Verbo, que es la Palabra? A veces confundimos la voz con la Palabra. Si sacas la Palabra, ¿qué es la voz? Una voz sin Palabra percute el oído, pero no edifica el corazón. Retengamos la Palabra, no la perdemos si es Palabra concebida en el corazón.

El que es la Palabra se ha hecho hombre y ha venido en el tiempo a habitar entre nosotros. La voz, cuando es humilde, escucha la Palabra y la hace suya, después es lógico que la voz la pronuncie. Es el anuncio que nace de la Palabra, es el Evangelio que comunicamos, que damos a conocer. Es el encargo que la Iglesia hace cuando entrega a alguien la Palabra y le dice: «Recibe el Evangelio de Cristo, del que has sido constituido mensajero, cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas». Somos constituidos voz de la Palabra. Cuando dejamos que la Palabra resuene en la intimidad del corazón se convierte en oración y la oración afina nuestra voz para que se irradie de forma nítida y transparente y los que la oigan y la escuchen experimenten el gozo de encontrarse con Jesús.

Vivir la Navidad cristiana es gozar de este encuentro, como en los inicios del cristianismo, al calor de aquel anuncio del ángel a los pastores de Belén: «No temáis, os anuncio una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esta será la señal: encontraréis un niño en pañales, puesto en un pesebre» (Lc 2,10-12). Inmediatamente, los pastores hacen voz de la Palabra divina, el niño Jesús que acaba de nacer. Una voz que ha llegado hasta nosotros y es causa de alegría, fuente de esperanza y fuerza de amor para todo el pueblo. Es lo que se espera de cada uno de nosotros y caminando juntos, para que la Palabra -que es CRISTO- llegue viva y eficaz por doquier, desde el propio corazón y el de las familias hasta las estructuras sociales, eclesiales, políticas y económicas que hagan de toda la creación un mundo habitable, justo, lleno de vida y en paz.

¡Con todo mi afecto y bendición, santa Navidad y fiestas,

y con el deseo de un feliz año nuevo 2023 lleno de paz para todos!

+ Sebastià Taltavull Anglada

Obispo de Mallorca