Espero en tu Palabra, es viva y eficaz
Desde la confianza, esperar en la Palabra de Dios es un refuerzo de la esperanza, que es lo que se nos pide especialmente en este Año Jubilar 2025 como peregrinos y portadores de esperanza. La Palabra de Dios es el referente para mantenerla a fin de que sea la que nos ayude a vivir, a caminar, a hacer realidad todo lo que el Señor nos dice y nos encomienda. Pero, ¿por qué confiar?, ¿por qué esperar? Sencillamente porque, como dice la carta a los hebreos, «la Palabra de Dios es viva y eficaz. Es más penetrante que una espada de doble filo: llega a partir el alma y el espíritu, las coyunturas y tuétanos, y discierne las intenciones y los pensamientos del corazón» (He 4,12). He aquí su importancia decisiva.
Quiero poner de relieve que, en una de las primeras aportaciones, tanto de la fase diocesana del Sínodo como de la preparación al Plan de Pastoral presentado hace quince días, ha sido la importancia de la Palabra de Dios para cualquier tipo de renovación personal y comunitaria o de planteamiento pastoral, ya que sin este referente no podemos proponernos nada ni pensar en llevar a cabo ninguna acción transformadora.
Quiero referirme a la aportación de los grupos sinodales en la fase diocesana cuando, preguntados sobre «¿Cómo nos habla Dios?», hay una gran unanimidad al decir que «Dios nos habla, en primer lugar, a través de su Palabra, recogida en las Sagradas Escrituras y, muy especialmente, a través de su Hijo Jesucristo en el Evangelio». En segundo lugar, se mencionan la oración y el silencio, como mediaciones privilegiadas por cuyo medio Dios se expresa y comunica. También «nos habla a través de los acontecimientos de la historia y los signos de los tiempos que debemos aprender a descifrar e interpretar con la ayuda y la luz que nos viene del Espíritu Santo».
En otro orden de cosas y respondiendo a la misma pregunta «¿Cómo nos habla Dios?» aparecen «las circunstancias de la vida cotidiana, así como los momentos de dolor y alegría, amor y soledad, ilusión y decepción, son, asimismo, canales privilegiados a través de los que -si estamos atentos- es posible escuchar la voz de Dios. De la misma manera nos habla a través del prójimo, del testimonio de otros creyentes y de los santos, de los pequeños gestos de amor, ternura y solidaridad hacia los demás, de la belleza de la naturaleza y de toda la creación. Finalmente, se señala también que Dios nos habla a través del Magisterio de la Iglesia, de la Celebración y de los Sacramentos». En definitiva, Dios nos habla de muchas maneras y a través de múltiples mediaciones. Pero, la pregunta que muchos se hacen es: ¿realmente estamos atentos a su voz y dispuestos a actuar según su voluntad?
Se ha dicho también que «son muchos los estereotipos y prejuicios que dificultan una escucha auténtica, no solo de lo que Dios quiere comunicarnos, sino también respecto a lo que los demás intentan decirnos. En este sentido, se considera que escuchar bien es un arte que se requiere, además de un corazón abierto y sin prejuicios: apertura, buena predisposición y atención plena hacia el interlocutor, empatía, capacidad para reconocer el valor que el mensaje del otro nos quiere transmitir sin dejarse contaminar por las ideologías; tiempo, paciencia y disposición para dejarse interpelar. En definitiva, es imprescindible dejar de escucharse tanto a uno mismo, para empezar a escuchar realmente lo que el otro nos quiere decir, ya que a menudo parece que en la Iglesia escuchamos no para entender o comprender, sino para convencer. Los demás siempre pueden enseñarnos algo».