3º DOMINGO DE ADVIENTO (C)
“La gente preguntaba a Juan: -¿Entonces qué hacemos?”.
Este interrogante está provocado por el grito de un profeta que exige un cambio porque sus palabras están cargadas del fuego que se recibe al contacto profundo con Dios. Estar con Dios, propio de los profetas, carga de luz interpelante su mensaje, de modo que sus palabras desvelan la realidad y exigen conversión. Son fuego que derrite todas nuestras seguridades dejando al descubierto los sistemas que la mentira construye a favor de intereses menos limpios. Así se sintió Pablo al encontrarse con Jesús Resucitado: “Yo le dije: ¿qué debo hacer, Señor?”. Hechos 22, 10.
Ante la vida y la palabra de un profeta como era Juan Bautista, no queda sitio a dónde huir ni ficción que encubra una farsa. Estamos ante la gracia de Dios que purifica, ilumina, destruye y renueva. Como dijo Dios a Jeremías:”Yo pongo mis palabras en tu boca... para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar”. Jeremías 1, 10.
Basta tener los ojos un poco abiertos para sentirnos hoy ante el mismo interrogante: “¿Entonces qué hacemos?”. Si de verdad nos sentimos así de perdidos, la gracia de Dios nos está rodeando. Sus rayos de luz desmontan todo lo que está construido sobre arena y no sobre la Palabra de Dios escuchada y puesta por obra.
Como sufren las víctimas de un terremoto al verse privados de su vivienda o patrimonio, así también se sienten hoy muchos agentes de pastoral y muchos fieles ante la evolución de la sociedad. Si consideramos este hecho como una purificación de Dios a su Iglesia, dejaremos de refugiarnos en coberturas que ya no cubren, ni en cobardes victimismos.
También para nosotros “el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad”, Romanos 8,26, aunque no puede suplir lo que corresponde a nuestra libertad ni tampoco evitarnos los dolores de parto de los que habla también san Pablo.
“Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reinado de Dios”, dijo Jesús a Nicodemo, Juan 3,3, sabiendo que a ciertas edades cuesta aún más comenzar otra vez casi de cero.
A pesar de tantas incertidumbres actuales, sigue siendo válida la respuesta de Juan al pueblo: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Un camino evangélico y una respuesta segura sigue siendo hoy el testimonio, tal vez lo único que nos queda posible, ya que las palabras no convencen ni contagian por hermosas que sean. El testimonio es un lenguaje universal y convincente.
El paganismo y la increencia son crecientes. Los valores se van perdiendo en la sociedad. La injusticia y el poder, fundamentados en el dinero, se están adueñando del mundo. La pastoral de mero mantenimiento se demuestra inútil. En la Iglesia crece la ignorancia, son pocos los adelantados del Reino y además muchos de ellos sufren persecución.
“Entonces ¿qué hacemos?”. De la presencia del Espíritu en nuestros tiempos no podemos dudar porque son abundantes las pruebas actuales de ella. El Padre no puede abandonarnos. De estos tiempos también pueden decirse las palabras de Jesús: “Muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron”. Mateo 13, 17. ¡Si san Pablo hubiese tenido TV o Internet!
La claridad con la que hoy conocemos la Palabra de Dios supera en mucho la de antes; hoy podemos fundamentar nuestra fe más sólidamente y nuestro compromiso cuenta con energías renovadas, si somos capaces de aprovecharnos de los dones con los que el Espíritu enriquece a su Iglesia.
A los que no salen de su confusión habría que preguntarles con qué sinceridad y con qué estudio se han situado ante la Palabra; si su fe vive de conocimientos y de cuales o si además se alimenta de convicciones; si su encuentro con el Dios de Jesús es sociológico o personal; en definitiva, cómo es su fe y su oración.
Cuanto más cerca nos situemos de la Palabra y por ella, de Dios, con más claridad veremos la realidad y con más energía y esperanza el futuro.
“Juan tomó la palabra y dijo a todos: -Viene el que puede más que yo...Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego...exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia”.
Llorenç Tous