17º DOMINGO ORDINARIO (C)
“¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
“El Espíritu en persona intercede por nosotros con gemidos sin palabras”. Romanos 8,26.
Todos los miembros del Cuerpo de Cristo que por la fe y el bautismo constituimos la Iglesia, nos unimos en oración ante el Padre. Encendemos nuestra fe y oramos unidos con todos nuestros hermanos. El Espíritu santo, alma de este Cuerpo que es la Iglesia, continúa así la creación de Dios y la salvación de Jesús en el mundo.
El Espíritu se sirve de sus apóstoles, pastores, maestros y profetas que prolongan los pies del Mensajero de la paz, las manos de Marta, el seno maternal de la Virgen María y los brazos de José de Arimatea y Nicodemo.
“La intención del Espíritu (Romanos 8,27) es “echar en cara al mundo que tiene pecado” (Juan 16,8) para que se convierta y se salve. Los seguidores de Jesús prolongan su denuncia y su misericordia. En esa dirección suben al Padre los gemidos del Espíritu y la oración de la Iglesia cuando rezamos sin rutina el “Padre nuestro…”
La sabiduría del Espíritu nos ilumina la realidad; su fortaleza impide que nos derrote; la esperanza suaviza nuestra impotencia; las dificultades mantienen nuestra insistencia: “pedid y recibiréis”; nuestra pequeñez nos obliga a perseverar; “el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad”. Romanos 8, 26.
“Señor, enséñanos a orar”
Maestra y doctora en esta materia es la Madre de Jesús: “Todos ellos, con algunas mujeres, la Madre de Jesús y sus parientes, persistían unánimes en la oración”. Hechos 1, 14. “Su madre guardaba todo aquello en su memoria”. Lucas 2, 51. Esta reposada manera de buscar a Dios y escucharle en lo que el día a día presenta a nuestros ojos, es la contemplación serena e iluminada que nos adentra en el misterio; su belleza nos atrae y respondemos con la novia del Cantar: “Márcame, sí, como sello en el brazo, como sello en el pecho”. Cantar 8,6.
Las profundas marcas del Espíritu nos configuran a imagen del Hermano Primogénito: “Nos vamos transformando en su imagen con esplendor creciente, como bajo la acción del Espíritu del Señor”. 2 Corintios 3, 18. Con esta transformación colaboran los años y sobre todo la fidelidad y la apertura de cada uno.
Ésta es la oración del que “está conscientemente ante el Señor”, sin pedir, sin buscar, sólo abandonándose con gozo y confianza, como quien se extiende ante al sol para templarse y fortalecer sus huesos.
”Pedid y recibiréis”… ”vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis”. Mateo 6, 8.
La experiencia personal de cada uno confirma que estas dos actitudes, aparentemente contrarias, se repiten en cada uno de nosotros, según la realidad de cada día y según la fe de cada uno. Según estas palabras de Jesús, ambas son correctas. No sería correcto experimentar sólo la primera.
La oración tiene un termómetro: nuestras obras
La prueba de que nuestra oración ha encontrado el camino acertado para comunicarnos con Dios, está en nuestras obras. La oración que el Espíritu santo fomenta en nosotros, nos ilumina la realidad de cada día y del mundo con su luz y nos compromete con ella al estilo de Jesús.
Llorenç Tous