26º DOMINGO ORDINARIO (A)
La coherencia, sin la cual no podemos tener verdadera paz interior, es una meta alcanzada sólo por los mejores amigos de Jesús con la ayuda de su Espíritu. Se necesita sinceridad con uno mismo, humildad y esfuerzo. La tentación de bajar el listón, rebajar la exigencia y justificarse con el mal ejemplo de los demás, nos acechan siempre.
Los que buscan puestos de poder, los que no quieren perder seguridades, los que se conforman con las medianías con tal de no arriesgarse, todos ellos se defienden de la verdad y pretenden justificarse con mentiras. Mentiras que muchos aceptan como verdades. Cuando aparece la persona coherente que, como rasgo profético, mantiene con su vida la verdad sin rebajas, es perseguido por muchos que se sienten delatados en su comodidad y mentira.
Jesús fue condenado a muerte por su coherencia. Su humilde sinceridad, sus obras a tono con su palabra, al presentar así la verdad sobre Dios Padre, destapó la incoherencia y la mentira de los que tenían el sumo poder religioso. Éstos buscaron su muerte para no tener que dejar el poder y convertirse a la verdad sobre Dios.
El juego de fuerzas se repite. Dios es siempre nuevo, le siguen con gozo y se salvan por él, los que no tienen poder o están dispuestos a perderlo con todas sus consecuencias. La oración nos acerca a Dios, nos libera de frenos, de apegos egoístas y debilidades. Al exigirnos, nos da fuerza para alcanzar nuevas metas. Silencia todo discurso que quedaba en palabras y nos enseña el lenguaje de las obras coherentes, el único que contagia un mensaje.
Cuando el Espíritu encuentra una persona humilde, sincera y valerosa, la pone en disposición de seguir a Jesús camino del Calvario y de la Resurrección. Este Espíritu sigue obrando hoy las maravillas que tuvieron lugar en los principios de la Iglesia.
“¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”
Queda claro en este evangelio que nuestra libertad nos da la capacidad de cambiar, tanto para bien como para mal, tanto para crecer como para quedar estancados.
Ya que el cambio es inherente al mundo que nos rodea como también a nuestro estado interior, se impone el discernimiento de nuestra respuesta a los cambios, si queremos cumplir la voluntad de Dios. Para discernir necesitamos información lo más abundante posible, sinceridad y humildad, oración insistente y la ayuda del Espíritu que siempre abunda para el que la busca.
Actualmente el Papa Francisco está provocando un cambio en la Iglesia tanto en actitudes como en estructuras. Se dan respuestas diferentes y hasta contrarias. Su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” es como un test que provoca la respuesta de cada uno. Más allá de gestos novedosos y normales al mismo tiempo, el Papa está describiendo con mucho detalle la conversión que a todos se nos está exigiendo. Viendo el eco que esta Exhortación Apostólica del Papa Francisco produce en cada uno de nosotros (suponiendo que la estamos meditando), podemos comprobar hasta dónde estamos dispuestos a convertirnos y cambiar.
Llorenç Tous