16º DOMINGO ORDINARIO (B)
Según este evangelio a Jesús le interesa ante todo cómo se encuentra su apóstol, antes de escuchar sus actividades. Jesús les aparta a un lugar tranquilo, lejos, donde por necesidad entra uno dentro de si mismo. Sin esta visión interna de uno mismo, donde se alimenta el ser, el obrar puede ser una huída, una trampa o la tapadera de un cáncer en el alma.
Entre la actividad del testigo y la mística del profeta.
El primer paso para conseguir el equilibrio necesario entre acción y contemplación, es creer en Dios Padre que ama entrañablemente a todos y cada uno de sus hijos. Él es el que desde el momento en que le dio la vida, busca su felicidad y se preocupa por ella.
A la hora de colaborar con el Padre en tan noble misión, después de la vergüenza del humilde, hay que sentirse elegido, enviado y dichoso.
La misión siempre actúa en medio de muchas libertades, (comenzando por la propia), frenos, intereses bastardos, ignorancias y grandes sorpresas. El enviado vive cada día la novedad y el reto. Tanta vida y tan intensa tiene un secreto para mantenerse con buen tono vital:la relación que Jesús describió entre la vid y los sarmientos, entre sus Palabras y el corazón, entre la fidelidad y la paciencia.
Aquí entra la dimensión contemplativa del enviado. También hoy es difícil cultivarla todo lo necesario, porque se requiere voluntad para entrar en el silencio y la tranquilidad; lo consigue el que es consciente de su necesidad y de las ventajas que reporta la contemplación. Sin ella las palabras suenan a hueco y la actividad a proselitismo del que el Papa Francisco dijo recientemente que es la corrupción del apostolado. El proceso hacia la fe, según él, es otro; comienza con el testimonio de una vida coherente que despierta la curiosidad y la búsqueda; sin ella, no podemos encontrar a Dios personalmente.
Cuando la siembra lleva unos años en el mismo surco, sin mirar demasiado hacia atrás, nos llegan mensajes parecidos a éstos: ”Nada ni nadie deja de ser importante”. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. “No te acuerdes, Señor, de mis pecados ni de las maldades de mi juventud”.
Llorenç Tous