Festividad de Cristo Rey
Hoy aclamamos a Jesús con un título, el de rey, con el que su pueblo quiso aclamarle también y que él rechazó huyendo. Juan 6, 15. A lo largo de la historia este título ha sufrido diversas significaciones de las que no todas coinciden con el mensaje de Jesús.
Para coronar a Jesús como rey, necesitamos adorar al Niño Jesús al lado de los magos venidos de Oriente; sobre todo en la madrugada de Pascua ocurrió en Jesús algo tan grande, que mereció la dignidad real; también su Ascensión podría considerarse como su subida al trono celestial.
La dignidad real de Jesús la contempla el evangelista Juan al subrayar tan intensamente el cartel de su condena en la cruz: Juan 19, 19-20.
Con la fe de este evangelio contemplemos la divina dignidad de Jesús que nos llega de su cruz y su resurrección. Desde este trono humillante e injusto hasta lo más profundo, se cumple su promesa de atracción salvadora universal, Juan 8, 28; 12, 32. En esta infinita y tan dolorosa humillación, se encierra misteriosamente el infinito amor y la divina fuerza de salvación para todos los hombres.
El arte expresó maravillosamente esta verdad vistiendo el Crucificado de blanca túnica, peinándole delicadamente cabellos y barba y coronándolo no de espinas sino de oro; sus grandes ojos abiertos al que le invoca son un espejo del mismo Dios. Ellos nos hablan de paz inmensa y de amorosa acogida fraternal; en su inocente transparencia se oculta el canto de alabanza de los ángeles y de los pecadores.
Este rey es manso y humilde, disculpa a los que le acusan o le traicionan. Lleva consigo inmediatamente al que se acoge a su bondad. Perdona siempre. En su Reino los últimos son los primeros; sus fronteras no existen a no ser en el corazón de los hombres, allí se van dilatando y profundizando por la misericordia de Dios a pesar del frágil y quebradizo barro del que estamos formados los humanos.
En el largo diálogo después de la Última Cena Jesús fue esbozando los temas y factores que pueden considerarse los fundamentos de la Constitución de su Reinado. Juan 13-17. Otro evangelista resumirá las actitudes fundamentales que se necesitan para ser ciudadanos de este Reino. Mateo 5, 1-12.
En nuestros tiempos de crecimiento en todos los órdenes, en bien y en mal, en progreso y en injusticia, Jesús sigue siendo referente válido para toda cultura que le acepte. Para nosotros, los cristianos, es el asidero firme de nuestra esperanza, el secreto de nuestra alegría y la exigencia aceptada de constante conversión a Él. Aunque dormido a ratos en nuestra barca, escucha los gritos de socorro y calma vientos y tempestades. Los viejos lobos de mar que sufrieron por Él tempestades y naufragios, al leer nosotros sus diarios de a bordo, nos gloriamos de seguir embarcados en su nombre, orgullosos de seguir levantando su bandera.
Jesús lloró ante Jerusalén y su Templo porque veía el futuro que le esperaba por no haber aprovechado su venida. Alguna de estas lágrimas seguramente se sienten en el cielo hoy día, pero como reconoció san Pablo, Romanos 11, 11-12, la salvación de Dios no se detiene por nuestras infidelidades, sino que sigue ofreciéndose.
Con el buen ladrón, con la adúltera, con los niños de Jerusalén, con Nicodemo y José de Arimatea, hasta con Judas al amigo de Jesús, con todos los ángeles y santos del cielo, entonemos hoy himnos de alabanza y de acción de gracias al Señor porque su misericordia no tiene fin.
Llorenç Tous