2º DOMINGO DE ADVIENTO (C)
Dios nos sorprende con personas y circunstancias que llevan una carga misteriosa de cambio, son los profetas. Son como un faro en el mar o como una piedra que tropezamos, nos abre los ojos y vemos que nuestro camino está equivocado.
Los profetas, como Juan Bautista, vienen del desierto, donde se está cerca de Dios como nunca, donde nos deprendemos de las torpes riquezas; así equipados, proclaman un mensaje de parte de Dios. Hablan de Él con valor y paz ante la persecución, porque están poseídos del Espíritu al que abrieron de par en par el alma y la vida entera. Con su fuego quemaron sus naves. Vaciados de sí mismos, recibieron la luz de Dios con la que interpretan la realidad tal como Dios la ve. Exigen conversión y cambio.
Gritos proféticos son los de los refugiados huyendo en masa del hambre y de las guerras. Piden justicia y solidaridad. Gestos proféticos son muchos del Papa Francisco que intenta cambiar profundamente la Iglesia y nos acerca a Jesús.
Enemigos del profeta son los ídolos que solapadamente se nos meten dentro del corazón. Ansias de poder, orgullos disfrazados, debilidades falsas, ignorancias culpables, silencios ante el dolor o la injusticia, la comodidad que rechaza el cambio, pecados, etc. contra todos ellos nos ayudan los profetas a descubrirlos y rechazarlos.
El profeta es testigo de la fidelidad de Dios, de su amor y su paciencia. Es una prueba de la fuerza del débil cuando obedece a la Palabra. Testifica la verdad de Dios sin rebajas, es insobornable. Los profetas y los hechos proféticos de hoy nos señalan el camino que conduce a Jesús. Juan Bautista, enviado a preparar la venida del Salvador, resume su mensaje con dos palabras: justicia y solidaridad. Más actual no podía ser.
Llorenç Tous