3º DOMINGO DE ADVIENTO (C)
–‘Maestro, ¿qué hacemos…?’
Esta pregunta no es la de los obreros al comenzar su nuevo trabajo; es la expresión del reto que sentimos ante las voces proféticas que surgen de la realidad. Es sobre todo el sentimiento que nos embarga ante nuestras limitaciones, no las físicas ni las síquicas, sino las morales, cuando la luz de Dios nos las presenta en su verdad. Nuestra pobreza es profunda, difícil de ser aceptada por nuestro orgullo y al mismo tiempo está acompañada muy cariñosamente por Dios.
Este doble sentimiento de pobreza tan miserable y al mismo tiempo tan querida por Dios, es un don del Espíritu Santo que nos abre la inteligencia de un misterio, despierta un canto de gratitud y nos dispone para perdonar, animar y comprender a los demás; sobre todo para ayudarles fomentando la justicia y la solidaridad.
Los profetas y sus ecos gritan, como Juan Bautista, repercuten en el centro del corazón, desmantelan, apuran y exigen. También muestran el camino del cambio. Este mensaje que hoy el Bautista nos proclama, sigue siendo actual y muy oportuno; se concreta en dos actitudes y una promesa: la solidaridad y la justicia con la promesa del Espíritu Santo que Jesús confirmó en la Última Cena.
‘El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo… No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga… Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego’.
El Espíritu Santo con su fuego interior amplía y enardece nuestro compromiso, para que sea mucho más que justicia social y evidente solidaridad. Los amigos de Jesús somos conscientes de que luchando por la justicia y compartiendo con el pobre, no hacemos más que devolver por necesidad el amor que de Dios hemos recibido a lo largo de nuestro camino largo y accidentado. El inmenso éxodo de refugiados que sigue invadiendo Europa es el gran campo al que nos llama hoy el profeta para preparar la Navidad.
Lorenzo Tous