2º DOMINGO ORDINARIO (C)
Si queremos contemplar la belleza de Jesús y de su obra, dejémonos conducir por el poeta, inspirado por el Espíritu Santo, que se asomó al misterio de Jesús, quedó deslumbrado e inventó esta profunda página, cargada a rebosar de verdad, de sugerentes anécdotas y de locuras propias del amor. El autor que transcribió en esta página la experiencia mística de su comunidad, brilla con todos los colores del arco iris y nos dibuja, como en un espejo, la maravillosa obra de Jesús.
No le cabía en su pluma tanta belleza, porque había bebido vinos de solera en el festín mesiánico que anunció Isaías 25, 6-8. Estamos ante la plenitud de la alegría, la que según Orígenes es el primer signo del cristiano. El evangelista pone en boca de Jesús estas palabras a su madre: “¿Qué nos importa a tí y mí, mujer?”.
En esta boda simulada, María encabeza el resto de Israel, el que hasta Jesús no alcanzó otro nivel religioso de relación con Dios que el descrito con las “seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos”. En cambio la comunidad cristiana de este poeta inspirado, celebra la eucaristía en la que bebe “la sangre de la nueva alianza”, y vive la relación de hijos con el Padre, gracias a la nueva y eterna alianza en la sangre de Jesús.
Sabe por experiencia que “la Ley no era capaz de dar vida”. Gálatas 3, 21. Sólo prescribía ritos de purificación externa, sin alcanzar el interior de la persona; por eso eran sólo seis (el número de la plenitud es el 7) las tinajas, y además de piedra, como las tablas de la Ley de Moisés en el Sinaí. Deuteronomio 10, 1.
María sabe cómo se selló la Antigua Alianza por eso lo sugiere a los criados: “Haced lo que él diga”. Son las palabras de la aceptación por parte del pueblo de Israel de la Antigua Alianza del Sinaí “haremos todo lo que dice el Señor”. Éxodo 24, 3.
Con este resto de Israel, encabezado por María su madre, iniciará Jesús su Nueva Alianza que, como la Antigua, se expresará simbólicamente también con el lenguaje conyugal. (“Mujer” como se tratan los cónyuges y no “madre”, que expresa la relación de madre a hijo).
El texto original griego dice “cabían dos o tres medidas en cada una”. La medida eran 40 litros, o sea, 480 ó 720 litros en total. “Y las llenaron hasta arriba”. Ninguna necesidad tenían de tanto vino si, según María, después de unos días de fiesta, habían agotado los preparativos.
“Así en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos”. Un signo de lujo, abundantísimo, innecesario, realizado antes de “la hora”. Su hora en Juan es la de su pasión, o sea, de su impotencia.
“Signo” es una palabra propia del evangelio de Juan con la que sugiere el misterio de salvación que se esconde en Jesús y su obra.Juan no se sirve de la palabra “milagro” para definir la obra de Jesús.
Esta página no es una crónica de algo histórico, sino el testimonio de una comunidad que, por la fe en la resurrección de Jesús, se asomó de alguna manera a la grandeza de su persona y de su obra. “Manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos”. La belleza atrae, purifica, eleva y conduce a la fe.
Esta página describe toda la obra de Jesús sobre el fondo de la Antigua Alianza del Sinaí. El agua sólo lava la piel, así eran de externas las “purificaciones de los judíos”; el vino, en cambio, alegra el corazón y transforma el tono vital.
“Si se hubiera dado una Ley capaz de dar vida… pero no…la Ley fue nuestra niñera, hasta que llegase el Mesías Jesús y fuésemos justificados… por la fe en Cristo Jesús sois todos hijos de Dios”. Gálatas 3, 21.25-26.
Este evangelio es el mejor resumen de toda la obra de Jesús: por Él somos transformados en lo más profundo de nuestra identidad: de hijos de Adán pasamos a ser hijos de Dios. Con Jesús el agua adquiere una naturaleza superior, la del vino; también nosotros por obra de Jesús superamos de alguna manera nuestra naturaleza humana.
San Basilio explica el misterio de la Encarnación por la unión del fuego con el hierro, ambos se unen mantieniendo y comunicándose su identidad. El agua se une con la uva, manteniendo de alguna manera ambas su identidad en un nuevo resultado. Nosotros mantenemos nuestra identidad humana de hiijos de Adán, recibiendo además por la salvación de Jesús, una nueva naturaleza en nuestra persona, la de hijos de Dios.
Por eso el evangelista pone en el comienzo de su libro el signo de Caná, porque con el trasfondo del amor, de alguna manera transformado y superado, resume toda la obra salvadora de Jesús que, junto con otros signos irá desarrollando a lo largo de todo el libro.
Llorenç Tous