4º DOMINGO ORDINARIO (C)
“Lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”.
Escuchamos hoy el primer rechazo que recibieron Jesús y su Buena Noticia precisamente en su pueblo. Nazaret y sus habitantes tuvieron la fortuna de ser el lugar concreto donde “se ha manifestado la gracia de Dios que salva a todos los hombres”. Tito 2, 11. Pues este privilegio único y salvador es rechazado desde el principio. “Vino a los suyos y los suyos no le acogieron”. Juan 1, 11.
Estamos ante un misterio, pues aunque somos libres los humanos, quien dirige la historia es la sabiduría y el amor de Dios, que en este caso parece haber fracasado también. Añadamos que también su final fue un fracaso en una cruz.
No todos los paisanos de Jesús le rechazaron, quedaba su madre con la fidelidad de su amor. La fidelidad de la Madre fue tan total y absoluta, que ayudada por su amor maternal, comenzó a ser también madre nuestra al pie de la cruz. Por la fe en su Hijo, después de su resurrección, reunió a sus discípulos para orar juntos y preparar la bajada del Espíritu santo. Sembró así la otra semilla de la Iglesia, de la que ahora le confesamos Madre. Nacía allí lo que anunció el profeta: “Dejaré en ti, un pueblo pobre y humilde, un resto de Israel que se acogerá al Señor”. Sofonías 3, 12.
Jesús se escapó de los que le rechazaban en su pueblo, respetó su libertad y aceptó su fracaso en Nazaret. No toda la semilla cae en lugar fértil, no todos acogen la Palabra con la disposición y la apertura necesaria.
A continuación siguió predicando en otros pueblos de Galilea, hasta en Jerusalén. Durante sus predicaciones por Galilea le siguieron otras mujeres, algunas muy importantes, que con sus bienes le cuidaban a él y a sus seguidores. Lucas nombra a tres de ellas: María Magdalena, Juana y Susana. Lucas 8, 2-3. Al pie de la cruz aparecen con otras.
Una conclusión es seguir sembrando lo mejor que se pueda y confiar al Espíritu santo el resto. “Yo planté, Apolo regó, pero era Dios quien hacía crecer”. 1 Corintios 3, 6.