23º DOMINGO ORDINARIO (B)
“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”
Con estas palabras resumía la gente del pueblo toda la actividad de Jesús. Con una sola frase había dicho lo mismo:
“Todo lo ha hecho bien”.
A juzgar por otras palabras del pueblo, como
“contestan todos: -Crucifícalo”, de Mateo 27, 22,
habrá que distinguir los auditorios y el tiempo de cada reacción. El pueblo es voluble, pero Jesús permanece fiel a su programa. No todos aceptaron a Jesús.
Hoy día tenemos el mismo reto que Jesús superó al menos según una primera afirmación de sus oyentes: vencer la sordera y la mudez de tantos.
“Qué bellos los pies de los heraldos de buenas noticias. (Sólo que no todos responden a la buena noticia”). Romanos 10, 16-17. Los heraldos nos quejamos con motivo al ver que la semilla muchas veces cae sobre rocas y no arraiga en los corazones. ¿Qué falta para conseguir que dé el ciento por uno? Ante todo que estemos “poseídos” por el mensaje. Luego queda todo en manos del Espíritu y de la libertad del que escucha.
Se abren los oídos cuando un grito rompe el silencio o la monotonía de los ruidos. La obra de Dios en cada persona se sirve de muchas circunstancias para despertar la atención desde lo profundo; los guías en el espíritu son una gran ayuda para discernir la voz de Dios. Dios habla siempre desde toda realidad. Hay que enseñar a la gente esta gran verdad.
El que escuchó la voz de Dios recibe un temple de profeta y palabras eficaces para dar testimonio de lo que ha visto y oído. Su testimonio penetra toda su vida y se manifiesta en su conducta hasta sin pretenderlo. Cuando es escuchado, aumenta su felicidad y su convicción. Cuando no quieren escucharle, sigue creyendo en el mensaje y busca quien le escuche con más docilidad.
“Proclama el mensaje, insiste a tiempo y a destiempo, usando la prueba, el reproche y la exhortación, con la mayor comprensión y competencia”. 2 Timoteo 4, 2.
Llorenç Tous