La fuerza del testimonio silencioso o con la palabra

Durante el tiempo pascual escuchamos y leemos, en los relatos de las apariciones del Resucitado y en el libro de los Hechos, cómo los apóstoles dicen convencidos y con frecuencia esta expresión: «nosotros somos sus testigos». Con ello, hacen creíble su relación con Jesús que ha resucitado, después de haberlo visto crucificado, muerto y sepultado. Lo ven vivo, hablando con ellos, comiendo con ellos y diciéndoles que eso es lo que tenía que suceder. Vemos la euforia con que Pedro se dirige al pueblo y le dice: «Jesús, a quien vosotros entregasteis, cuando Pilato quería dejarlo libre. Él era el justo y el santo, pero vosotros lo negasteis y pedisteis a Pilato que indultase a un asesino, mientras matabais al que nos abre el camino de la vida. Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos. Nosotros somos sus testigos» (Ac 3, 13-15).

¿Qué lectura hacemos de este texto y cómo nos implica a nosotros? ¿Qué significa ser testigo de Cristo resucitado, hoy?  ¿Cómo podemos darlo a conocer y manifestar que lo seguimos? La historia de la Iglesia, a partir del discurso de Pedro, se mezcla y confunde con la historia de este anuncio. En cada nueva etapa de la historia humana, -dice san Pablo VI-, la Iglesia, constantemente impulsada por el deseo de evangelizar, solo tiene una preocupación: ¿A quién enviar a anunciar el misterio de Jesús? ¿En qué lenguaje anunciar este misterio? ¿Cómo hacer que resuene y llegue a todos los que han de escucharlo? (cf. EN 22).  Por ello, refiriéndose a la evangelización, habla del testimonio de una vida auténticamente cristiana como el primer medio de evangelización, y lo deja tan claro sobre todo cuando dice que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o, si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (EN 41).

Somos herederos de un pueblo creyente que ha edificado su convicción de fe sobre el testimonio de los apóstoles. Ellos son los que explican el encuentro con Cristo resucitado y cómo este acontecimiento singular ha dado un tumbo total a sus vidas. Han pasado de la duda a la confianza, del miedo a la paz interior, de la desilusión al entusiasmo, de la decepción al gozo de comunicar la buena noticia, el Evangelio.

«Convocados por Jesucristo» es la expresión que nos lleva al convencimiento de que es Él quien tiene la iniciativa de reunirnos en comunión fraterna y nos envía a ser sus testigos en medio de la sociedad donde vivimos. Si empleamos las mismas palabras de Jesús, somos «levadura» que transforma y hace posible que seamos punto de referencia para que también otros oigan su llamada y se abran a Él.

 La invitación a ser testigos puede provenir de dos niveles que pueden darse en la realidad: primero, el testimonio sin palabras, que los que contemplen a esos cristianos deban plantearse interrogantes irresistibles: ¿por qué son así? ¿Por qué viven de esta manera? ¿Qué y quién los inspira? ¿Por qué están entre nosotros? Es la proclamación silenciosa del Evangelio, un gesto inicial de evangelización; segundo, el testimonio que proviene del anuncio explícito que proclama el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios (cf. EN 21-22).

Sants del dia

06/05/2024Sant Pere Nolasc, sant Lluci Cirineu, sant Marià.

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