La humildad configura la sinodalidad
En la medida en la que leemos, reflexionamos y comentamos la aportación de los grupos y personas a la fase diocesana del Sínodo, nos damos cuenta de que existe un común denominador que nos hermana en un trabajo que es de todos porque ha sido mayoritariamente aportado y pide ponernos a trabajar «ya» en todos los lugares en los que estamos presentes, parroquias, grupos, movimientos. Yo lo estoy verificando personalmente en el camino también sinodal que vamos haciendo en la Visita pastoral, ocasión que da para poner en marcha muchos aspectos de la vida cristiana en nuestra diócesis de Mallorca. También, la visita del Nuncio del papa Francisco nos ha ayudado, tanto con los diálogos que hemos tenido con él como en todo lo que nos ha aportado en sus charlas y homilías, a configurar lo que el Espíritu hoy pide de nuestra Iglesia y de cada uno de los diocesanos.
Para hacer el bien y ser una persona de bien necesitamos ser humildes. Es la aportación que debemos hacer todos al proceso sinodal como momento de renovación eclesial. La persona humilde reconoce en el otro a alguien a quien ha de amar porque encuentra en él el reflejo inconfundible de la presencia de Dios, a quien descubre con los ojos de la fe. La humildad nos sitúa en el ámbito de la verdad, la única que, por el hecho de acercarnos a Dios, nos prepara para ser auténticamente libres. El elogio de la persona humilde nos invita a reconocer y asumir sus cualidades, la bondad, la fidelidad, la compasión, el amor, la confianza, la alegría, la vida interior. La humildad debe configurar nuestra espiritualidad sinodal y diocesana, hoy repleta más que nunca de la Palabra de Dios, de su estudio y oración, de una constante actitud de humilde escucha.
Lo tratamos hoy, en la liturgia de este domingo de verano. ¿Cómo reconocer que la Palabra se encuentra muy cerca de ti, en los labios y en el corazón? (Dt 30,14). Hay algo fundamental que nos conecta con Dios y es la voluntad de escucharlo. Quizás, hay momentos en los que nos falta esta sensibilidad y necesitamos una especie de sabiduría humilde que nos ayude a vivir el gozo de una presencia que ha tomado rostro humano. Las palabras sin rostro no cumplen plenamente lo que es un verdadero encuentro. Esta es una experiencia singular, única.
El programa de actuación cristiana lo tenemos explicado en el Evangelio. La proximidad de Dios se experimenta cuando es un hecho la proximidad entre las personas, especialmente cuando este gesto humano acoge, rehabilita e integra. La exigencia del amor al prójimo proviene de Dios y la medida del amor a Dios es el amor al prójimo. El samaritano se ganó el calificativo de «bueno» al participar de la misma «bondad» de Dios; de hecho, no pensó en él, sino en el hombre que ayudó al convertirlo en su «prójimo» con el simple gesto de amor de acercársele. Es lo que Jesús pide que hagamos respecto a las personas que todavía mantenemos «alejadas». En las propuestas sinodales está señalado mucho camino por hacer. Hagámoslo juntos y confiados en que el Señor lo hace con nosotros. ¡Es la hora de actuar!