La calidad cristiana de nuestra fe Jesús
Hay una pregunta que nos tenemos que hacer constantemente y es pedirnos por la calidad cristiana de nuestra fe Jesús. Realmente, creemos en él? Además, ¿es Jesús el referente principal de nuestra vida? Su Persona y su Evangelio ¿cuentan a la hora de vivir en cristiano y definirnos con este nombre? Fijémonos en lo que dice el apóstol Pedro cuando Jesús le pregunta «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». La respuesta no se hace esperar: «Vos sois el Mesías, el Hijo de Dios vivo». De esta fe nace la misión que encomienda a Pedro y a cada uno de nosotros, para realizarla en el corazón de la vida, en nuestra sociedad.
Tengamos presente que cualquier misión recibida en la Iglesia puede ser llevada a cabo si está fundamentada en la confesión de fe Jesús. Para confiar algo a alguien, Jesús quiere la adhesión plena a su persona y a su mensaje, en una gran unidad. Lejos de ser una alternativa de poder, significa antes que nada y sobre todo, el reconocimiento humilde de la divinidad de Jesucristo y la universalidad de su misión salvadora. Pablo, con el entusiasmo de la fe, no tiene palabras para expresarlo y usa muchas afirmaciones que quieren decirlo todo: «Qué profundidad y riqueza en la sabiduría y en el conocimiento de Dios! Qué incomprensibles son sus juicios e impenetrables sus caminos! Todo viene de él, pasa por él y se encamina hacia él. Glòria a él por siempre, amén».
Esta reacción creyente no se improvisa con facilidad. Es necesario un proceso de iniciación, un crecimiento constante, pero sobre todo, lo que necesitamos es mucha gracia de Dios. De san Pedro y san Pablo, las principales columnas de la Iglesia, como de otros Apóstoles, recibimos el regalo de un testigo valiente de fe que tenemos que acoger con la misma convicción con que ellos lo transmiten. Solo así, como quien recoge con mucha responsabilidad el relevo de la antorcha olímpica y esparce su resplandor, la fe cristiana podrá pasar de una generación a otra e iluminará cada día los caminos de la vida.
Ante la respuesta de Pedro, y antes de que le confíe la misión de ser «roca», «cimiento» de la Iglesia, Jesús le dice cuál es la razón de todo lo que pasa: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Dios Padre ha hecho el don de revelar a Pedro el misterio de reconocer a Jesús como Mesías y como Hijo de Dios. Este don también lo recibimos nosotros y por eso podemos confesar la misma fe. Este será el cimiento de nuestra existencia cristiana, nuestra buena denominación de origen. Por eso lo pone como cimiento sólido para expresar la fortaleza frente al mal y poder interpretar la voluntad del Señor.
Con estos mismos ojos de fe, contemplamos la actual misión de la Iglesia y respondemos de nuevo a Jesús haciendo profesión de fe con las palabras que pronunciamos juntos cuando rezamos el Credo. Amor, confianza, firmeza y alegría, son las calidades necesarias para que hoy la Iglesia sea signo de la presencia de Jesús Resucitado desde su confesión de fe, renovada y alimentada constantemente por la Palabra de Dios y la Eucaristía. La misión de la Iglesia compromete a todo el Pueblo de Dios y a cada uno de nosotros según la tarea asignada, contando con los dones recibidos. Reafirmemos, confesemos y proclamemos una vez más nuestra fe Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios vivo!