La verdad siempre está de parte de los humildes

Cuando se vive obsesionado por la escalada sin medida, no hay sitio para las posiciones humildes. Todo tiene que ser extraordinario, arrogante, superlativo, impactante, y debe formar parte del lío que nos montamos para vivir de la «figura» que espera el aplauso. Heridos por el orgullo, nos cuesta dar un tono humilde a la actividad humana. Ser el primero, ganarlo todo a cualquier precio, arrinconar a todo aquel o aquella que impide nuestro «ascenso», a menudo constituye la acción que realmente promete. Pensemos, por ejemplo, en el ridículo al que podemos llegar, como insinúa Jesús en el Evangelio, cuando pretendemos la cima del escalafón y acaparar los primeros lugares en todo. ¡Qué lejos del Evangelio!

Esta forma de ser y de obrar imperada por el orgullo puede envenenar muchos aspectos y situaciones en la vida, especialmente los que llevan a la obsesión por el poder hasta hacer de él el único absoluto, o los que, incluso en cosas pequeñas que parecen irrelevantes, saben sacar un provecho egoísta en beneficio propio. Querer tener siempre la razón aunque sea mintiendo, vivir el gozo de hacer sufrir o despreciar al otro en sus aciertos, convertirse en un inquisidor que nunca encuentra algo bien hecho y vive de la frustración de ver la mota del ojo del otro y no se da cuenta del leño que hay en el suyo… Cuando manda el orgullo, cualquier atropello a la dignidad del otro es posible. ¡Qué lejos de la humildad!

En el Evangelio, la verdad siempre está de parte de los humildes. Esta es la conclusión en boca de Jesús: «Todo el que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será enaltecido» (Lc 14,11). Es en las relaciones humanas cotidianas donde realmente se cuecen las intenciones más espontáneas del corazón. Debemos tener presente, como indica el pensamiento social de la Iglesia, que entre los ámbitos del compromiso social de los fieles laicos emerge, por encima de todo, el servicio a la persona humana, la defensa y promoción de su dignidad. Esta será –junto con el amor– la medida del buen trato que nos debemos los unos a los otros.

La respuesta solo la puede dar un corazón humilde, convertido al Señor y abierto con sencillez a los otros. Estemos atentos a estas palabras: «Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes» (Sir 3,17-20). Fijándonos en María, podemos descubrir con quién cuenta Dios a la hora de realizar sus planes. El secreto es su humildad.

 

Sants del dia

25/04/2024Sant Marc evangelista, sant Anià d'Alexandria, sant Pere de Betancur.

Campanyes