Los siete dones del Espíritu, regalo y fuerza para el testimonio
Celebrando la fiesta de Pentecostés, podemos darnos cuenta de que el Espíritu Santo nos ayuda en todo: desde hacer posible nuestra relación con Dios y la fe en Jesús hasta capacitarnos para tratar a los demás de una manera nueva. Son los signos de vida que pone a nuestro alcance y nos abre el corazón a una trasparencia que hará posible el testimonio por la fuerza interior recibida. Los siete dones del Espíritu Santo son una manifestación de su acción transformadora en nosotros y en el mundo. El Espíritu Santo es una promesa de Jesús. Él mismo lo dice así: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos» (Ac 1,8). Por la fe sabemos que podemos recibirlo en nuestra vida hasta el punto de decir con convencimiento «es Dios en mí». Dios, que es todo amor me ha hecho suyo, ha tomado posesión de mi vida y vive en mí. ¿Cuáles son y qué son estos dones?
El don de sabiduría es comprender a fondo la Palabra de Dios, vivirla en la sencillez de la donación y en el servicio a los hermanos por amor. Es el gusto por las cosas de Dios. La sabiduría es el don que se convierte en capacidad de captar cuando un acon- tecimiento, una palabra, un pensamiento, un comportamiento es según la voluntad de Dios. El arte de la sabiduría se aprende, pero sobre todo se pide y se recibe.
El don de entendimiento o de inteligencia nos capacita para entender cómo Dios nos ayuda a verlo todo como Él lo ve, con ternura y amor misericordioso. Nos introduce en las razones que adquirimos y nos proporciona el sentido que hace que también expli- quemos con palabras y con la vida cuál es la esperanza que tenemos.
El don de ciencia es el complemento de los dos anteriores y nos da la capacidad de profundización en el misterio de Cristo, hasta llegar al porqué de su muerte y al sentido de la resurrección. Nos ayuda a comprender las llamadas más radicales que hay en el Evangelio, nos identifica vitalmente con Jesús y pone los medios necesarios para conocerlo más.
El don de consejo nos sitúa en la línea de los grandes orantes de la Biblia, entre ellos los profetas, que nunca se atreven a hablar sin antes haber escuchado a Dios en el si- lencio humilde y la plegaria del corazón. Buenos consejeros son los padres y madres, catequistas, animadores sociales, consiliarios, directores espirituales…, alguien que sabe discernir y nos ayuda a crecer.
El don de fortaleza es el don del coraje, la valentía, la tenacidad, el martirio, y actúa en las circunstancias difíciles o adversas, en momentos de peligro o desánimo, de tibieza religiosa o debilidad espiritual. Un don necesario para vivir en cristiano, especialmente para los jóvenes y toda persona que ha de hacerse creíble en el seguimiento de Jesús.
El don de piedad comunica el sentimiento profundo de sentirse hijo, la convicción de fe del que llama a Dios «Padre». Ayuda a amar, compadecer, consolar, y son su resultado la acogida, el servicio, el acompañamiento, la corrección fraterna, la cooperación, la corresponsabilidad, la sinodalidad. Nos hace capaces de comunicar la ternura de Dios y de hacerla llegar a todas las periferias geográficas, humanas y existenciales.
El don del temor de Dios nos ayuda a reverenciarlo como expresión de amor, a pensar y a hablar de Dios con sobriedad, con respeto, con humildad. El verdadero temor de Dios no es miedo ni debilidad, sino la conciencia que tiene el hijo de no corresponder al amor recibido, aquella sensación temerosa de no llegar a hacer suficientemente el bien.