¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!
Con esta expresión tan contundente, el papa Francisco nos invita a abrir nuestro corazón a todas las dimensiones de un amor que debe incluir a todos y evitar toda discriminación. Lo dice dirigiéndonos a cada uno aquella exhortación paulina: «No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien» (Rm 12,21). Y también: «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9). Todos tenemos simpatías y antipatías, y quizá ahora mismo estamos enojados con alguien. Al menos digamos al Señor: «Señor, yo estoy enojado con este, con aquella. Yo te pido por él y por ella». Orar por aquel con quien estamos irritados es un bello paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (cf. EG 101). Cada día podemos dar un paso más hacia una relación más auténtica con las otras personas, pidiendo al Señor que nos haga entender la ley del amor.
Podemos hacer mucho a través de un buen trato imperado por el amor, dando oportunidad al respeto a la dignidad de cada uno y evitando que haya quien viva solo de las «migas» que caen de nuestra mesa. Respetar y promocionar los derechos humanos es labor orientada a rehacer cada día nuestra manera de actuar imperada por el amor, no solo una declaración de principios.
En el reconocimiento de esta dignidad humana, Jesús quiere atraernos de nuevo hacia Él. Quiere hacernos ver que la salvación es para todos y ha de estar precedida por el reconocimiento creyente de los que esperan algo de Él, incluso parece sorprendente la pedagogía que utiliza en su conversación con una mujer pagana. La humildad con que ella admite su situación facilita que Jesús reconozca su apertura a la fe: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija» (Mt 15,28)). Para llegar a este punto, Jesús ha escuchado con atención y admiración una plegaria insistente: «Ten compasión de mí, Señor» (Mt 15,22). Que sea también nuestra plegaria.
La fe hace milagros y puede superar todos nuestros esquemas, especialmente los que manifiestan discriminación ideológica, desprecio racial o marginación religiosa. La pedagogía de Jesús hace que la reacción espontánea de una madre que busca la curación de su hija tenga un tono entrañable. Ella no duda en decir a Jesús que tiene toda la razón, pero insiste en que «también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Se conforma solo con eso. Es toda una lección de fe y humildad que Jesús alaba y una reivindicación a la que accede y le concede todo lo que pide. Con frecuencia existen no creyentes que son un ejemplo cuando abren el corazón a Dios, y muestran su admiración por Jesús y sus seguidores. Demasiado a menudo una religiosidad endurecida por el legalismo, la rutina, la desconfianza, o una fe vacía de atención y solidaridad con los más necesitados, presenta muchas dificultades para que la conversión sea un hecho. Hagamos de la Iglesia una casa donde todos tenemos un plato y un sitio en la mesa, preocupándonos para que no quede nadie excluido, una casa que sea signo de amor en medio de la sociedad.
Hagamos nuestra esta plegaria:
Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Amén.