Ser libre es dejarse guiar por el Espíritu

En el Evangelio leemos que «el que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios» (Lc 9,62). Para vivir la libertad de los hijos de Dios no podemos avanzar en medio de la sociedad sin purificarnos de errores y de infidelidades, de incoherencias y de lentitudes. Lo hemos dicho mucho en las reuniones del Sínodo cuando hemos visto que son muchos los estereotipos y prejuicios que dificultan una verdadera escucha, lo cual nos lleva a rechazar muchas voces que esperan ser escuchadas. Necesitamos una Iglesia arraigada en el misterio del Dios que es Amor, caminando en medio del mundo y de la historia en actitud peregrina, siempre atenta a servir y a escuchar el clamor de la gente, que sabe que no tiene una ciudad permanente, sino que busca otra, nueva y definitiva.

Hacerlo así es abrirse a la esperanza como actitud de los que saben hacia dónde se dirigen porque han puesto su confianza en Aquel que ha sido el primero en amarlos, decididos a avanzar, con la mano en el arado, y sin volver la vista atrás. La libertad implica mirar adelante sin miedo ni recelos, sin convertirla en un pretexto para hacer el propio gusto. La libertad no se reduce a la elección de una alternativa, sino a la voluntad y la capacidad de hacer el bien. En lenguaje de san Pablo es «dejarse guiar por el Espíritu y no satisfacer los deseos terrenales» (cf. Ga 5,16). Más adelante (versículos 22-23) dirá cuáles son los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, dulzura y dominio de uno mismo.

Aunque cueste decirlo y hoy no reciba un aplauso espontáneo, tiene que reconocerse el valor de la espiritualidad misionera que pone a la persona en «la opción de estar dispuesto a permanecer durante toda la vida en la vocación, a renunciarse a sí mismo y a todo lo que posea, y a hacerse todo a todos» (AG 24). San Pablo define esta nueva manera de existir cuando dice: «La vida que vivo ya no es mía, es Cristo que vive en mí» (Ga 2,20)

«Salvar» o «perder» la vida. Dos términos con los que Jesús juega para mostrar la importancia de la vida que nace del grano de trigo sembrado en la tierra. Jesús da sentido a su muerte como vaciamiento de sí mismo, hasta decir: «¿Qué saca el hombre de ganar todo el mundo si se pierde o malogra a sí mismo?» (Lc 9,25). La única explicación a toda renuncia necesaria es el amor, porque también es la única actitud que desborda toda previsión y seguridad humanas, y pone su total confianza en Dios.

 

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26/04/2025Sant Isidor de Sevilla, sant Clet papa, sant Pascasi Radbert.

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