Soy el pan vivo -dice Jesús-, ¡quien me come vivirá para siempre!
Eucaristía y caridad son la máxima expresión del amor que Dios nos ha manifestado en Jesús. Creyentes y practicantes es la consecuencia de haber entendido el mensaje del Evangelio que une la celebración de la Eucaristía al amor a los hermanos, a la coherencia a la que conduce la práctica de la fe. Cuando Jesús dice «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51) afirma la dimensión de este alimento en cuanto se orienta a comunicar vida y comunicarla a todo nivel, especialmente la que tiene derecho a vivir toda persona, especialmente los que sufren con más vehemencia. Lo dice muy claro el papa Francisco: «La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (EG 47). Es un alimento unido a la vida que comunica.
Necesitamos este alimento, necesitamos a Jesús que se nos da y se hace alimento, necesitamos recibir su fortaleza que nos ayuda a vivir ahora y por siempre. El sacramento de la Eucaristía celebrado con la comunidad cristiana, tiene un carácter social que nos implica plenamente. La mesa de la Eucaristía se alarga a todas las dimensiones de la vida humana, familiar, eclesial, social, política, económica y ecológica, para transformar nuestras actitudes de caridad y solidaridad.
Benedicto XVI lo explica así: «la “mística” del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan […]. La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos “un cuerpo”, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí.» (DCE 14). Por ello, «en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma».
¿Cómo hacerlo para que la mesa de la Eucaristía, a la que todos sin exclusión somos invitados por Jesús, llegue a todo el mundo? Tiene que hacerlo posible la caridad cristiana en todo su despliegue a través de todas las entidades de la Iglesia, ya que es la prioridad social en su acción pastoral. Necesitamos formación del corazón para que el amor al prójimo sea una consecuencia de la fe, que actúa por la caridad, teniendo claro siempre que el amor es gratuito. En su himno a la caridad (cf. 1Co 13), san Pablo deja muy claro que ya puedo actuar de la mejor manera, pero «si no tengo amor, no me sirve de nada». Se trata de un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo en la Eucaristía y se propaga en el amor a los demás. Así lo decimos desde Cáritas: «¡Tú tienes mucho que ver!»