Un corazón abierto al mundo entero
En la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, es muy bueno que aprendamos de los jóvenes a abrirnos a las dimensiones del mundo y afirmar que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, afirmación que «toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones» (FT 128). La transfiguración del Señor nos da unos nuevos ojos para ver esta realidad -tantas veces de cruz- con la luz esperanzada de la resurrección.
En este sentido, y con el título «un corazón abierto al mundo entero» el papa Francisco nos ofrece unos elementos fundamentales que pueden ayudarnos a responder al momento que nos toca vivir, más si como cristianos hemos de ofrecer el Evangelio y hacerlo decididamente, con coherencia y valentía. Ante la cifra de los miles de inmigrantes que, dejando casa, familia y país, mueren en nuestro mar Mediterráneo, se está hablando de 27.000, convirtiéndose este en un cementerio inevitable por las condiciones precarias e injustas del traslado, nuestro corazón no puede quedarse indiferente y es obligatorio que reaccione.
Es cierto que se trata de un desafío complejo y son muchas las actitudes personales y las estructuras que han de cambiar, sobre todo en los países de origen, lugares donde se debe «crear la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar allí mismo las condiciones para el propio desarrollo integral. Pero mientras no haya serios avances en esta línea, nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona» (FT 129). Sigue diciendo que, ante las personas migrantes que llegan, nuestros esfuerzos deben centrarse en acoger, proteger, promover e integrar. Son ya una realidad en nuestra Iglesia diocesana de Mallorca, el testimonio de personas y grupos que, en comunión con otras instituciones, se han hecho sensibles a este hecho y actúan en consecuencia como buenos samaritanos.
De cada vez es más necesario que seamos muy sensibles a este fenómeno migratorio siguiendo la indicación de Jesús «era forastero y me acogisteis» (Mt 25,35) y tratando de favorecer aquellas respuestas indispensables que están a nuestro alcance. El papa Francisco lo concreta así: incrementar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular, el derecho a tener siempre consigo mismo los documentos personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para la subsistencia vital, darles libertad de movimiento y la posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el acceso a la educación, prever programas de custodia temporal o de acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social, favorecer la reagrupación familiar y preparar las comunidades locales para los procesos integrativos (cf. FT 130).
Será bueno que continuemos la reflexión en otros momentos, pero quedémonos hoy con la convicción positiva de que la llegada de personas diferentes se convierta en un don, en una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano integral de todos.