De Mallorca a Lourdes, peregrinos de la esperanza
Somos invitados, no solo de forma exterior, a una peregrinación interior, un itinerario espiritual que nos conduzca hacia Aquel que es fuente de la misericordia. Con esta intención hemos ido a Lourdes un año más, más de doscientos peregrinos de Mallorca, para acercarnos con fe y humildad a esa Gruta junto al río, como cuando vamos a nuestros santuarios, allí donde siempre hay Alguien que nos está esperando. Es Alguien que nos acoge, que tiene la iniciativa de dirigirnos la Palabra y desea acompañarnos. Es la presencia de Cristo Resucitado. Él nos saluda con el gesto de la paz y nos dice: “no tengáis miedo, que yo estoy con vosotros”, y nos invita a la confianza y a ser peregrinos de la esperanza.
Con la indicación maternal de María, Jesús nos convoca para dar gracias al Padre en su nombre y para dejar que su Espíritu nos haga recordar la Palabra que de forma constante nos dirige. Además, es una Presencia que experimentamos con toda la Iglesia con el gozo de la comunión y con la firme decisión de caminar juntos, que es el espíritu y el estilo sinodal que nos identifica como seguidores de Jesús, viviendo en fraternidad, siempre movidos por aquella espiritualidad que nos hace descubrir a Dios que es Amor y tratar al otro como alguien que me pertenece, como alguien que es un don para mi vida. Lo hemos comentado a lo largo de nuestra permanencia en Lourdes y lo han comentado especialmente los jóvenes en su dedicación a los enfermos como voluntarios.
Son muchas, profundas y emocionantes, las experiencias que hemos compartido desde el momento en el que hemos acompañado a un enfermo o un inválido empujando una silla de ruedas o ayudando del brazo para cualquier desplazamiento a quien necesita alguien que le ayude. La parábola del buen Samaritano es una constante de cada situación vivida al lado de una persona con falta de salud. ¡Cuántos voluntarios y voluntarias han sido “salvación” para ellos! Con los jóvenes lo hemos comentado a lo largo de una animada tertulia donde, sobre todo los que peregrinaban por primera vez, lo han relatado con la alegría del corazón y el gusto de vivirlo y comunicarlo.
También son muchos los que han encontrado compañía y estima, muchos de ellos desarraigados de la familia y lejos de su tierra, son muchos los que luchan cada día por un mayor reconocimiento de su dignidad humana, muchos que buscan un techo y el sentido de su vida, la paz interior, la reconciliación, la estima de alguien que se les acerque, que los acoja, que los escuche y los atienda con gestos sencillos y un corazón solidario, siempre abierto y dispuesto a comunicar misericordia y esperanza. Queremos ser esta parábola que llegue a convertirse en Sacramento, en signo visible y eficaz de la presencia de Dios que, en su Hijo Jesús, se nos ha manifestado todo Amor y que en la Eucaristía se hace pan partido para que participemos de la abundancia de su propia vida.
De vuelta a Mallorca, vemos que esta experiencia puntual de unos días vivida en Lourdes la podemos vivir igualmente en nuestra isla, también llena de santuarios y lugares de culto, de hospitales y residencias, de espacios de oración y de una naturaleza de extraordinaria belleza que eleva el espíritu y canta la gloria de Dios. Se trata solo de procurar la misma experiencia aquí, en nuestra tierra, y no solo unos días, sino todo el año, siempre. Y, ¿con qué finalidad? No pensando solo en cada uno y su rehabilitación personal, sino comunicándolo a las familias, a las comunidades parroquiales, a los grupos y a cualquier ambiente, para llegar a ser todos peregrinos que siembran esperanza.