En pleno Tiempo de la Creación, plegaria y actuación corresponsable
Del 1 de septiembre al 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís, vivimos el que denominamos «Tiempo de la Creación» y lo hacemos, como cada año, tomando una mayor conciencia en la asunción de responsabilidad que todos tenemos en relación con la salud de nuestro planeta Tierra. No es una broma decir que esta Tierra nuestra está enferma debido a la irresponsabilidad con que la que la estamos tratando. Leía estos días que en Yakarta, allí donde se ha hecho presente el papa Francisco en el más largo de sus viajes, «hay un 40% de la ciudad ya bajo el nivel del mar por culpa de la sobreexplotación de los acuíferos, la masiva urbanización y el aumento del nivel del agua, que se está hundiendo a razón de 7,5 c centímetros en el año». Un problema que se repite en muchos lugares del mundo.
Hay una misma preocupación que nos une cuando contemplamos la Creación y más cuando la vemos tan bella en nuestras Islas, naturaleza y personas. Tenemos el referente de san Francisco de Asís, que «es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados». Que bien si tenemos este referente para una actitud ecológica integral. San Francisco «amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (LS 10).
Hace 34 años, los obispos de las Baleares, en su carta pastoral «Ecología y Turismo», bajo el título «Los problemas de hoy», señalaban: la insuficiente ordenación territorial y urbanística; la amenaza de nuevos destrozos en zonas vírgenes o parajes de especial interés ecológico; la especulación del suelo con particular incidencia sobre las áreas urbanas y turísticas de mayor atractivo económico; el déficit de espacios verdes y de lugares públicos dedicados al reposo, a las actividades lúdicas y a la convivencia; la presencia en nuestras islas de elementos destructores o contaminadores del medio ambiente y peligrosos para la salud pública; la preocupante disminución del agua potable y, en algunos lugares, su salinización; el riesgo de desaparición de algunas especies vegetales y animales autóctonos; los frecuentes incendios forestales provocados por negligencia o malicia y el déficit de medios para combatirlos; la contaminación de no pocas de nuestras playas y calas; el descontrol y desperdicio de residuos sólidos y líquidos, tanto de la industria turística como de los cascos urbanos; la creciente polución del aire producida por los residuos de varias combustiones; el abandono progresivo del campo y la carencia de inversión económica en algunas actividades que podrían defender y beneficiar el medio natural; la excesiva densidad de población en determinadas zonas turísticas y urbanas, que origina serios problemas ecológicos y de convivencia debido a la desmesurada presión humana sobre la naturaleza y los espacios de residencia; la creciente contaminación sonora que impide el descanso de los ciudadanos, estropeando el ritmo de reposo que la misma naturaleza nos pide.
Qué podemos decir hoy de todo esto? Va bien hacer reflexión, diálogo, tomar conciencia y actuar corresponsablemente, puesto que nadie se tendría que excluir a la hora de dar una respuesta constructiva a favor del bien común.