Con esperanza y amando, ¡la alegría es posible!

Cuando padecemos un ambiente de crispación en las relaciones humanas e institucionales, cuando nos está afectando una guerra con repercusión mundial como sucede en Ucrania y en otros países azotados por múltiples violencias, signo evidente de que no se respetan los Derechos Humanos, cuando entre nosotros se acentúa la violencia doméstica y de género, y aumentan diariamente los suicidios entre la población más joven, es lógico que nos preguntemos si en estas s circunstancias actuales la alegría es posible. Hay comportamientos personales y sociales que, ciertamente, no nos lo ponen fácil. ¿Cómo puede nacer la alegría en el corazón humano y de la sociedad, y qué transformación es necesaria para vivirla y mantenerla?

 

Los cristianos tenemos respuesta que podemos convertir en propuesta. La Palabra de Dios nos la da y siempre nos abre un horizonte sorprendente, como cuando -también en tiempos convulsos- Isaías dice que «el desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría» (Is 35,1-2); o como cuando san Pablo dice: «vivid siempre alegres en el Señor! Os lo repito: ¡estad alegres! (Fl 4,4); o como cuando Jesús, después de conversar con sus seguidores, les dice: «Os he dicho todo esto para que mi alegría sea también la vuestra, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,11) y con la convicción de llegar a decirles: «Y esta alegría nadie podrá arrebatárosla» (Jn 16,22). Estamos ante la propuesta de una alegría ciertamente especial, original, que nos viene como un regalo anticipado y con una razón de fe: ¡El Señor está cerca!

 

Aun así, la experiencia nos muestra que los caminos que conducen a la verdadera alegría no son siempre los que nos proponemos, aunque estén cargados de buenas intenciones y en ellos busquemos la felicidad. Hay una alegría superficial que tiene precio en los mercados del consumo y de la diversión; hay una alegría conquistada, la que corona un esfuerzo y es recompensada; está la alegría cultivada que sale del propio interior de cada uno, la que proporciona amistad, honradez, lealtad, humildad, servicio, admiración por las maravillas de la creación, por la vida, la familia, un ideal alcanzado, y tantas otras experiencias humanas y espirituales gratificantes que vivimos cada día.

 

Como creyentes, hemos de saber que existe sobre todo una alegría regalada, gratuita, profunda, sincera, compasiva, abierta, contagiosa, solidaria, compartida, inagotable. Es fruto del Espíritu. Proviene de Dios. Como María, la Madre de Jesús, podemos decir: «Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,47). La esperanza en el Dios que ha puesto toda su confianza en ella, ahora se convierte en causa de alegría en el camino hacia la Navidad. A nosotros nos toca vivirlo y anunciarlo con el testimonio de la alegría.

 

Sants del dia

24/04/2024Sant Fidel de Sigmaringuen, santa Maria Cleofàs i santa Salomé.

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