El corazón sabe dónde se encuentra su tesoro

El evangelio nos sitúa ante una de las opciones -quién sabe- más difíciles para un cristiano. Jesús ha alertado sobre la hipocresía de querer servir dos amos al mismo tiempo: Dios y el dinero, intentando armonizar la vivencia religiosa con la codicia sin límites. Ciertamente, eso no es posible desde el punto de vista cristiano. Somos demasiado frágiles para no dejarnos arrastrar por la tentación de dar a los bienes y a la riqueza el máximo valor en la vida. Debe de ser algo importante cuando Jesús mismo nos dice con toda claridad y radicalidad: «Guardaos de toda clase de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes» (Lc 12,15). Con todo, nuestro corazón sabe dónde se encuentra su tesoro y esta tendencia condiciona totalmente nuestra vida y la orienta hacia Dios o la mantiene alejada de Él y apegada a los bienes materiales.

 

Cada día se pone en evidencia el testimonio de muchas personas. En el marco de la Visita Pastoral, yendo a visitar a los enfermos y ancianos en su casa o en residencias para mayores, me he dado cuenta una vez más dónde estas personas tienen puesto el corazón, ya que recibes una lección de humanidad tras otra y de relativización de todo lo material. Una mujer que había recibido la Unción de los Enfermos nos hacía una valoración entusiasta del sacramento y cómo le había aportado una gran fuerza interior, la cual, a su vez era una manifestación de salud espiritual que influía en su estado de ánimo. Juntos dábamos gracias a Dios por todo lo que suponía en su vida y, sobre todo, por la alegría con la que nos lo transmitía.

 

Todo eso significa el valor de hacerse rico a los ojos de Dios. El auténtico creyente se fija más bien en la confianza, en la sensatez del corazón, en la misericordia, en conseguir que la vida sea alegría y gozo por la prosperidad que el Señor concede. Aquí se ponen en relieve unos valores y unas actitudes que nos hacen descubrir una nueva dimensión en la vida, la dimensión que proviene de la fe y de la experiencia de la proximidad de Dios, fuente de todo bien. Cristo Resucitado es el referente que nos lo explica todo y nos lo hace realidad. Es por nuestra fe en Él que conocemos nuestra identificación con Él, la que abre un nuevo horizonte en nuestra vida y le da una orientación decisiva. El encuentro con Cristo, nuestra identificación con Él, nos conduce a una nueva forma de comportarnos en relación a toda clase de aspiraciones humanas. He aquí nuestro trabajo de superación personal, de renuncia a bienes incluso legítimos, de desprendimiento de muchos objetos superfluos, de una nueva organización económica por el bien de todos, de solidaridad efectiva, de hechos significativos de compartir.

 

Toda crisis económica que incluye el padecimiento de los más pobres y las pocas perspectivas de solución que se prevén, nos llevan a ser más críticos aún con una clase de organización social basada solo en criterios de eficacia material y vacía de valores espirituales y morales. La riqueza existe no para ser acumulada por unos pocos, sino para ser compartida, ya que «la codicia es la raíz de todos los males» (1Tm 6,10). La actividad económica y el progreso material deben ser puestos siempre al servicio de la persona y del bien común de todos.

Sants del dia

25/04/2024Sant Marc evangelista, sant Anià d'Alexandria, sant Pere de Betancur.

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