Cada año, el primer domingo de julio, lo dedicamos a reflexionar sobre el tráfico, justo cuando para muchos particulares y familias comienzan los desplazamientos por tierra, mar y aire, coincidiendo con unos días de vacaciones y descanso. Cuando emprendemos un viaje, muchos tenemos la costumbre de pedir la protección del Señor para que nos acompañe a lo largo de todo el trayecto. Es una especie de peregrinación que queremos que quede imperada por la esperanza, ya que el deseo es llegar con salud al lugar donde nos dirigimos. A la salida, por tanto, es una buena costumbre empezar con una oración sencilla pidiendo al Señor que esté con nosotros durante todo el viaje.

En la Palabra de Dios de este domingo de julio, encontramos indicaciones que pueden reforzar en nosotros la confianza de recorrer un camino sin dificultades, gozando de lo que vemos y encontramos, personas y naturaleza, montañas y valles, prados y playas, carreteras y pueblos, urbanizaciones y ciudades, cualquier lugar donde la gente acude para reposar el cuerpo y llenar el espíritu con nueva energía interior que nos capacite para contribuir a una nueva relación humana que haga de la convivencia un espacio de serenidad y de paz. Del profeta Isaías leemos: “La mano del Señor se manifestará a sus siervos”. Y, refiriéndose a la ciudad, nos invita a festejarla, todos los que la amáis, y a estar alegres. Más aún, el Señor dice: “Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida las riquezas de les naciones”. ¿Qué más podemos pedir, cuando tenemos todas las posibilidades de construir un mundo en paz y evitando violencia y conflictos?

La Jornada sobre el tráfico, también coincidiendo con la fiesta de san Cristóbal, nos da la oportunidad, además de poner en manos de Dios nuestro caminar, nuestro conducir y la participación en este éxodo que supone el verano, de crear un ambiente favorable a hacer de la relación humana un espacio de humanización, de fraternidad, de comunicación y buen entendimiento. Eso, tanto si estamos de paseo como si hacemos quilómetros por carretera. Es una magnífica ocasión para demostrar que somos personas de buen trato, que respetamos las recomendaciones que se nos hacen, sobre todo la velocidad, y libres de toda intoxicación, que pondría en peligro la vida de los demás y la propia. Pensemos que el primero de los derechos humanos es el de la vida.

Poner la mano al volante es una gran responsabilidad y un ejercicio de caridad y respeto. Hay quien fácilmente cambia de conducta a peor, envenenando con palabras y gestos una comunicación que debería ser amable y constructiva. En medio de una carretera también tienen que hacerse las cosas bien. Como seguidores de Jesús, tenemos que saber que, al igual que a sus discípulos, también a nosotros nos envía a transmitir y desear la paz y hacer de buenos samaritanos. Si se bendicen los vehículos o los establecimientos, es para que la bendición recaiga sobre las personas que los utilizan y hacerlos un medio de servicio.

Los obispos, en el comunicado para esta ocasión, aconsejamos paciencia evitando querer ganar tiempo con más velocidad o saltándose las normas de tráfico. También aconsejamos prudencia y respeto. Ahora es el tiempo para tomar conciencia de lo que debo hacer y de lo que no debo hacer para ser un buen conductor, para evitar cualquier accidente. Por ello, va bien acudir a la plegaria pidiendo la paz del corazón, que siempre nos serena y nos pone en buena actitud de respeto, que siempre es un signo de amor.