¿Qué quiere decir hacerse rico a los ojos de Dios?
El evangelio nos coloca ante una de las opciones quizá más difíciles para un cristiano. Jesús, en otro pasaje, ha alertado sobre la hipocresía de querer servir a dos amos al mismo tiempo: Dios y el dinero, intentando armonizar la vivencia religiosa con la codicia sin límites. Ciertamente, eso no es posible desde el punto de vista cristiano. Debe de ser importante que Jesús diga con toda claridad y radicalidad: «Guardaos de toda clase de codicia, porque alguno tenga dinero de sobra, sus bienes no le podrían asegurar la vida» (Lc 12,15). Con todo, nuestro corazón sabe dónde se encuentra su tesoro y esta tendencia condiciona totalmente nuestra vida y la orienta hacia Dios o la mantiene alejada de Él y agarrada a los bienes materiales.
No podemos evitar que nos invada un cierto pesimismo, y más cuando vivimos un tiempo de dificultad económica para muchos. Fijémonos solo en los salarios bajos y los precios de cada día más altos, especialmente los que se refieren a la vivienda y a las necesidades más básicas. Por otra parte, Jesús remarca la fragilidad de los argumentos de los que piensan que, con la acumulación de riqueza y bienes, tienen la vida solucionada para siempre. Por ello, explica con un lenguaje más que comprensible la parábola del hombre rico que tuvo una gran cosecha y se dijo a sí mismo: «Tienes bienes para muchos años: duerme, come, bebe» (Lc 12,19). Con esta narración nos hace ver qué bienes son realmente superfluos y cuál es la verdad de la vida: «¡Necio! Esta misma noche te exigirán la vida y todo lo que has almacenado, ¿de quién será?» (Lc 12,20). El papa Francisco decía que difícilmente se ve circular un camión de mudanzas detrás de un coche fúnebre. Como también añadía que un sudario de mortaja no tiene bolsillos. Jesús sintetiza toda la Revelación al pedir al creyente que se enriquezca a los ojos de Dios. Este es el camino a recorrer, el mensaje que hay que acoger.
¿Qué quiere decir hacerse rico a los ojos de Dios? Implica situarse ante Dios, que es misterio, verdad suprema, inagotable e indescriptible, y hacerlo con la humildad del que se pone confiadamente en sus manos y lo espera todo con e pobreza. Es el que se fija en la confianza, en la sensatez del corazón, en la misericordia, en hacer que la vida sea alegría y gozo por todo lo que el Señor concede. De esta manera se ponen en relieve unos valores y unas actitudes que nos hacen descubrir una nueva dimensión a la vida, la dimensión que proviene de la fe y de la experiencia de la proximidad de Dios, fuente de todo bien.
El referente es Cristo Resucitado. Por nuestra fe en Él conocemos nuestra identificación con Él, la que abre un nuevo horizonte a nuestra vida y le da una orientación decisiva. Para nosotros, los cristianos, este es el fundamento de nuestra esperanza. «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; amad los bienes de arriba, no los de la tierra». El encuentro con Cristo, nuestra identificación con Él, nos conduce a una nueva forma de comportarnos en relación a toda clase de aspiraciones humanas. He aquí nuestro trabajo de superación personal, de renuncia a bienes incluso legítimos, de desprendimiento de muchos objetos superfluos, de una nueva organización económica por el bien de todos, de solidaridad efectiva, de hechos significativos de compartir.