¿Tenemos razones para nuestra esperanza?
«Creer es poseer anticipadamente los bienes que esperamos, es conocer por delante lo que no vemos» (He 11,1). La fe no nos exime de la responsabilidad de vivir cada día nuestro compromiso cristiano, sino más bien todo lo contrario, nos pide que estemos más y más presentes y atentos para que el Evangelio empape de sentido toda nuestra actividad humana. La frase del comienzo de la carta a los Hebreos hace una descripción detallada de la fuerza de la fe a través de personas que pusieron toda su confianza en Dios y tuvieron una actuación decisiva en el camino del Pueblo de Dios. La historia del cristianismo es testimonio de esta misma actitud creyente a lo largo de los siglos. Ahora, la llamada se dirige a nosotros, los que tenemos la responsabilidad de responder al momento histórico que nos corresponde vivir y sobre el que hemos de actuar según el Evangelio.
Por la necesidad que tenemos de reforzar nuestra esperanza, el papa Francisco y también ahora el papa León, están acompañando un Jubileo que es una invitación a ser portadores, peregrinos de esperanza. Ya el papa Benedicto había animado a la Iglesia en esta tarea diciendo que «la fe no es solo una tendencia de la persona hacia lo que ha de venir, y que aún se encuentra totalmente ausente; la fe nos da algo. Ya ahora nos da algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una “prueba” de lo que todavía no vemos. Esta atrae al futuro en el presente, de manera que el futuro ya no es el puro “todavía no”. El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente se encuentra marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes, en las futuras» (Spe salvi 7).
El presente se encuentra marcado por la realidad futura. Nuestra mirada, pues, dirigida a Dios y a la realización del Reino, queda iluminada para fijarse en la manera de hacer presentes los signos del Reino de Dios que Jesús ya ha inaugurado con su muerte y resurrección. Jesús, con su predicación y su actuación liberadora, nos ha hecho ver que el Reino de Dios ya está entre nosotros. Se trata de que, por parte nuestra, lo hagamos visible mediante nuestro testimonio personal y colectivo con palabras que den razón de nuestra esperanza a quien nos la pida y con la credibilidad que da el seguimiento. ¿Cómo hacerlo? Jesús pide voluntad de desprendimiento de todo lo que nos mantiene ligados a los bienes materiales y nos impide ser libres y tener una visión esperanzada de futuro en Dios; al mismo tiempo, se esperan de nosotros gestos de solidaridad con los más necesitados. La fe nos abre a la esperanza y las dos se solidifican con la caridad.
«La verdadera y la gran esperanza del hombre que resiste, a pesar de todas las desilusiones, solo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y aún nos ama “hasta el extremo”, hasta el «todo se ha cumplido» (cf. Jn 13,1; 19,30). El que ha sido tocado por el amor comienza a intuir lo que propiamente sería “vida”. La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solo para sí mismo, ni tampoco por sí mismo: es una relación. Si estamos en relación con Aquél que no muere jamás, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces “vivimos”» (Spe salvi 26-27). Veamos cómo lo dice san Pablo: «La esperanza no defrauda, porque Dios, dándonos al Espíritu Santo, ha derramado su amor en nuestros corazones» (Rm 5,5).