«Exprimís al pobre y despojáis al miserable» (profeta Amós, 8,6)
Este texto tan fuerte del profeta Amós cobra toda su actualidad cuando contemplamos el esfuerzo para defender la dignidad de cada persona y de muchos pueblos, precisamente en un momento en el que la humanidad llora debido a los diferentes conflictos que la asedian. También san Lucas, en el capítulo 16 de su Evangelio, pone en evidencia el atropello de la corrupción administrativa hacia los más vulnerables, relegados a vivir con menos recursos. Exprimir a los pobres, echarlos del país o impedirles su normal desarrollo para construir una sociedad a la que todos tienen derecho, es la triste experiencia diaria contemplada en vivo en muchos de los escenarios del mundo retransmitidos en directo. Entre otros, vuelve a aparecer la palabra «guerra» substituyendo la palabra «defensa», todo un signo de aparentes nuevos valores (o contravalores) que se van imponiendo, manifestación de una evidente crisis moral que se está gestando. Vuelve la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón.
Pasa con frecuencia. Incluso las noticias se hacen eco de ello. El precio de los productos de consumo cambia, los salarios bajan o se congelan y todo sube de manera escandalosa cuando la decisión pasa por intermediarios, sujetos a constante especulación en un mercado de libre circulación. Estamos ante una realidad que vive una aceleración como jamás había sucedido, y precisamente ahora son los pobres y los jóvenes sin recursos los que más lo padecen. La pobreza se extiende mientras la riqueza la acumulan unos pocos, lo cual hace que desaparezcan las clases medias, viéndose también cuestionada su honradez y expectativas de vida. Volvamos al profeta Amós y apliquémonoslo. Frente a la corrupción de su tiempo, fijémonos en la denuncia que realiza cuando ve lo que dicen los especuladores: «Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo» (Amós, 8,5-6)
Hoy hay nuevas formas de expresión y de cálculo mucho más sofisticadas, donde se mezcla todo, dinero, droga, afán de poder y de desmesurada posesión, y tantas otras malas hierbas, y más si hacemos que intervenga la inteligencia artificial, no precisamente para que nos ayude a ser más inteligentes para hacer el bien, sino para extender más el mal. En momentos de crisis, todo eso es aún más penoso cuando los que disponen de más recursos llegan a decir que las diferencias forman parte del escenario normal de la sociedad. ¿Pensáis que podemos estar de acuerdo?
A los cristianos, y a toda persona de buena voluntad que deja que la Palabra de Dios le toque el corazón, nos corresponde hacer caso de ello y reconstruir, comenzar de nuevo si hace falta. He leído en el comentario de la Misa de cada día que, «por una parte Jesús nos alerta sobre la riqueza de este mundo, que considera “riqueza engañosa”, ya que produce una falsa sensación de felicidad y seguridad, y puede convertirse en un ídolo que exija un servicio y una dedicación que solo corresponden a Dios. Pero ya que no podemos prescindir de ella, Jesús nos enseña a gestionarla bien, con fidelidad, haciéndola rendir para que dé el fruto que el Padre espera». La atención a los pobres hecha con amor, y nunca la utilización de ellos en beneficio propio, tendrá que ser la medida que señale el norte de nuestra actuación solidaria. Se trata de una constante conversión a Dios, siguiendo los indicadores de Jesús, evitando la tentación de hacer del dinero, y de todos sus sucedáneos, el ídolo al que sacrificarlo todo, hasta la vida.