Sigamos sensibles al trabajo por la paz y la solidaridad

Llevamos semanas aún con pandemia y bombardeos de fondo, todo ello vivido en la solidaridad con el dolor de pueblos enteros y millones de personas huyendo, y dejándolo todo y buscando acogida y refugio. No estábamos acostumbrados a enfrentar-nos de forma tan repentina con el sufrimiento colectivo de quién aún no se explica lo que realmente está pasando. Parece inconcebible que sea ahora realidad aquello que solo veíamos en las películas de violencia. La reacción sobre la invasión de Ucrania, junto con las terribles imágenes e información que después de casi tres meses nos llegan, han sido contundentes y han calificado de sacrílega la crueldad que incluso aparece cada día en pantalla.

Sin embargo, puede aparecer un problema: que, después de este tiempo convulso, nos volvamos insensibles ante todo lo que está sucediendo, cuando hay mucha llaga sangrante, mucho sufrimiento esparcido, mucha tragedia familiar y cívica, demasiada violencia injustificada. No se llega a la paz del corazón, tampoco a una reconciliación deseada. En las conversaciones entre dirigentes políticos no hay escucha mutua, sino sólo intereses propios muy lejos del bien común, mientras se sigue matando a gente inocente. Las llagas están más que abiertas y, aun así, no se las reconoce. Los derechos humanos están en entredicho, no se les concede audiencia ni se les permite asomar su verdad, como tampoco la del Evangelio. Domina la desconfianza y se va infiltrando un ambiente de sospecha que incapacita para un verdadero diálogo. ¿Dónde encontrar una instancia superior que se atreva a ayudar a que se opere un cambio radical hacia el bien, hacia la consecución de la paz? El camino está en que la verdad de la Resurrección y su fuerza se vayan abriendo paso.

Dice el papa Francisco que «a veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás, de su pueblo» (EG 270). Al haber lavado los pies a sus discípulos, Jesús les pregunta si han entendido lo que ha acaba de hacer con ellos y le dicen que sí. Si él lo ha hecho, pues, el encargo ya está asignado para que sus seguidores hagamos lo mismo. Necesitamos besar los pies y tocar las llagas para llegar a la fe, es decir, dar toda la confianza a Jesús y seguir sus mismos pasos, su mismo estilo. El gesto de Jesús no es una puesta en escena, como tampoco lo tiene que ser el nuestro, sino el signo humilde y sincero de acercarnos a aquellos y aquellas en quienes hemos de reconocer al Señor presente en sus llagas, en tantas oportunidades como tenemos cada día.  No olvidemos sus palabras definitivas: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Sants del dia

27/04/2024Sant Simeó de Jerusalem, sant Pol·lió, Sant Pere Ermengol.

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