Del trabajo sinodal a vivir la Cuaresma: un nuevo paso de conversión

Desde que comenzó la fase diocesana del Sínodo hasta la fase continental, en la que hemos participado también como Iglesia de Mallorca, hay un camino recorrido que debemos asumir con gozo y espíritu corresponsable, a la vez que lo hacemos plegaria de acción de gracias por la participación de tantas personas e instituciones, por la comunión vivida y por la profundización sobre la misión a realizar en nuestros ambientes con el objetivo de hacer presente en ellos el Evangelio. Todo esto ha sido ampliamente valorado por los que de una forma directa han vivido los encuentros sinodales, lo cual ha conducido a seguir trabajando en grupo y no desfallecer en el camino iniciado de renovación.

Esta semana, con la celebración del Miércoles de Ceniza, empieza el período cuaresmal. Es el tiempo oportuno en el que somos invitados a una mayor profundización de nuestra vida cristiana. Conviene que pensemos personalmente cómo queremos vivir este tiempo de gracia que el Señor nos ofrece y la Iglesia nos propone con muchos medios, entre ellos una liturgia diaria que contiene la Palabra de Dios y la participación en los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía y el Perdón. Necesitamos transformar el corazón, purificar nuestro interior mediante una decisión personal de conversión. Hemos podido escuchar cómo desde los grupos sinodales se siente «la necesidad de conectar con las preocupaciones, los anhelos, las necesidades y las búsquedas de los hombres y mujeres de hoy, constatándose de importancia vital la necesidad de una espiritualidad auténtica y sólida, esencial para una renovación de la Iglesia». Ha quedado muy claro, a la vez, que «no basta caminar hacia un cambio de estructuras de la Iglesia si no se acompaña de una profunda conversión interior y una sólida formación». Somos todos, obispo, presbíteros y diáconos, vida consagrada y laicado, los que somos llamados a recorrer con humildad el camino sinodal y cuaresmal de conversión y renovación.

La decisión personal de conversión debe conducir a una vivencia gozosa de la fraternidad eclesial. Esta ha de contar con un cambio en las estructuras eclesiales, que «deberían simplificarse y estar siempre al servicio de la evangelización, razón de ser de la Iglesia. Con la finalidad de fomentar la pertenencia afectiva a la Iglesia y la hospitalidad, haciendo de las parroquias verdaderas comunidades, con espacios de acogida y de crecimiento en la fe». El documento elaborado como resultado de nuestra aportación a la fase continental, entre muchos otros aspectos que conviene conocer, dice que «la gran prioridad es retornar a las raíces, a Jesús y a su evangelio y, desde ahí, vivir realmente el espíritu sinodal: escuchar, acoger, discernir, decidir y caminar todos juntos, en comunión, para llevar adelante la misión que el Señor ha encomendado a su Iglesia». Hagamos que en todo momento nos acompañen la fuerza de la oración animada por la Palabra de Dios, los ayunos a distintos niveles de sobriedad, y el ardor de un amor solidario hacia personas y situaciones de vulnerabilidad que necesitan respuesta de solución urgente.

 

 

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