Derechos humanos, ¿avance o retroceso?

 

Con ocasión del setenta aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de los veinticinco de la Declaración de Viena, la Santa Sede junto con la Universidad Gregoriana ha organizado en Roma una Conferencia Internacional sobre «Los Derechos Humanos en el mundo contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones». Fui invitado como obispo representante de España por la Comisión Justicia y Paz, cargo que me ha confiado la Comisión de Pastoral Social de la CEE. Como era de suponer, tanto por la temática como por los participantes de todo el mundo, ha resultado ser una experiencia singular y creadora de mucha inquietud por la situación que hemos observado y analizado. Satisfechos por la experiencia vivida, pero muy interpelados por la realidad que hemos podido conocer de primera mano. 

Ya el papa Francisco en su primera intervención nos ha advertido que «en el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en la opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados».

Las ponencias, comunicaciones, experiencias y opiniones que hemos compartido nos han abierto más los ojos hacia una realidad que nos tiene sobrecogidos. Vemos que aumenta la desconfianza en los sistemas democráticos por las políticas totalitarias que propician regímenes dictatoriales provenientes tanto de la derecha como de la izquierda. Nos lo han explicitado personas e iglesias que en sus respectivos países ya viven esta angustiosa situación, sometidos a desprecio, persecución e indiferencia.  

En esta situación ideológicamente tan desdibujada y vacía de coherencia, preocupa mucho que los Derechos Humanos no interesen y, si se les hace alguna concesión, no pasan de ser sólo una declaración de buenas intenciones. Incluso, preocupa aún más que algún derecho sea cuestionado de forma práctica, como son –entre muchos otros– el derecho a la vida y a la libertad religiosa. De hecho, llega un momento en que muchos sueños que se están convirtiendo en pesadillas y las esperanzas en un mundo que avanza en dignidad, se desvanecen.

Hemos observado que negar la dimensión jurídica a los Derechos Humanos es negar su carácter de universalidad, a la vez que se debilita su complimiento. Hay que insertarlos en las legislaciones de los países para que tengan efecto y contar con el valiente testimonio de cuantos siguen fieles en su compromiso de diálogo, perdón y reconciliación. Nos unimos a la petición que el papa Francisco hace a los que tienen responsabilidades institucionales a fin de que los Derechos Humanos sean colocados en el centro de todas las políticas, incluso cuando esto signifique ir contra la corriente. 

Nos han impresionado enormemente los testimonios que hemos escuchado provenientes de países actualmente en conflicto. Hemos conocido de primera mano situaciones que los medios de comunicación no relatan o no les dejan relatar y que hacen ver la otra cara de una realidad sangrante que clama al cielo. Hay, de hecho, una regresión en la aplicación de los Derechos Humanos en todo el planeta y se pone en tela de juicio el valor de su universalidad. Muchos países firmaron en su día la Declaración Universal, pero prácticamente la tienen olvidada en muchos de sus artículos, ya que la práctica que realizan es totalmente contraria a los principios que teóricamente defienden o aplican el derecho de veto para impedir importantes avances. Así los Derechos Humanos van perdiendo sus raíces y llegan a depender de visiones interesadas o legislaciones parciales que la mayoría de las veces tergiversan su intencionalidad original.

Los Derechos Humanos contienen en sí mismos una dimensión trascendente, ya que se basan en la dignidad de la persona humana, colocándola en el centro de todo. Los creyentes defendemos su carácter sagrado porque entendemos que cada hombre y cada mujer son imagen y semejanza de Dios. Esta profunda convicción nos ayuda a medir el progreso o el retroceso de la humanidad, según sea su cumplimiento o no en orden a asegurar la igualdad entre las personas, el ejercicio de la libertad, la práctica de la justicia y el trabajo por la paz. Cuantas veces las nuevas formas de colonización ideológica impiden que las bases jurídicas y morales puedan ayudar a que exista un peso normativo a partir del cual la persona humana sea protegida en todas sus dimensiones, humana, familiar, social y religiosa. El problema de fondo es que las políticas de muchos Estados no favorecen el consenso sobre el fundamento ético de la dignidad humana y esto acarrea unas consecuencias fatales.

En el reciente mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del primer día de año, el papa Francisco habla del «desafio de una buena política al servicio de la paz» y, citándo a san Pablo VI afirma que «tomando en serio la política en sus diversos niveles –local, regional, nacional y mundial– es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad». En este sentido, hay que decir que todos –tanto las instituciones como las personas individualmente– tenemos una parte de responsabilidad a ejercer de forma compartida.

El pensamiento social de la Iglesia habla de la caridad social y política orientada al bien común. Por esta razón, el papa Benedicto XVI recordaba que «el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad tiene un valor superior al compromiso meramente secular y político» (CV 7). A ello añade el papa Francisco que se trata de un programa con el cual pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa, que deseen trabajar juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanes que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad.

En este mensaje de principio de año, Jornada Mundial de la Paz, el papa Francisco reproduce las «bienaventuranzas del político» propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyên Vân Thuân, en prisión durante largos años y fiel testigo del Evangelio: «Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel. Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés. Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente. Bienaventurado el político que realiza la unidad. Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical. Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo
».

Implicados como estamos todos, desde la propia opción ética, en la creación de una convivencia en paz, el papa Francisco añade que «cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud». A pesar de todas nuestras incoherencias y debilidades, creo sinceramente que estamos en un momento decisivo en el cual la defensa y promoción de los Derechos Humanos –junto con sus respectivos deberes– puede ser el compromiso colectivo que nos ayude a construir cada día nuestra convivencia en paz.

 

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