Designios de paz y de esperanza

«Yo sé cuáles son mis designios sobre vosotros,

-dice el Señor- designios de paz y no de aflicción:

yo os daré un futuro y una esperanza» (Jeremías 29,11)

¿Cómo podemos felicitarnos, amados hermanas y hermanos, en una época convulsa y de desgracias a nivel mundial y local? ¿Dónde descubrir este pueblo del que habla Isaías cuando dice que ha visto una gran luz? (Is 9,1), ¿y a quién debemos consolar y hablar amorosamente? (Is 40,1-2); ¿qué ruta tenemos que abrir y qué camino debemos allanar? (Is 40,3; Mc 1,3); ¿cuáles son estos deseos de Dios sobre nosotros, designios de paz y no de aflicción?, ¿y cómo reaccionar cuando se nos promete un futuro y una esperanza? (Jr 29,11); ¿podemos vivir contentos (1Te 5,16), como también se nos pide? Alguien dice: ¿dónde está Dios en el conflicto de Ucrania? ¿Dónde está en medio de la catástrofe humanitaria de una parte de la Tierra de Jesús, donde nació, creció, predicó, vivió y murió, donde nació el cristianismo?

Con todo, en medio de tantas preguntas, hemos de encontrar una respuesta luminosa que nos permita felicitarnos, ya que Dios mismo nos dice que «sus designios son de paz y no de aflicción, y que nos regala un futuro y una esperanza» (cf. Jr 29,11). Con la felicitación, sin embargo, va la voluntad de cambio personal y estructural, un rechazo y denuncia del mal y el esfuerzo de hacer propias las palabras de Isaías que invalidan toda guerra y prevén un futuro en paz: «Forjarán arados de sus espadas y hoces de sus lanzas. Ninguna nación empuñará la espada contra otra, ni se entrenarán nunca más para la guerra» (Is 2,4). Ni la guerra ni las armas son solución para nada.

Nos felicitamos porque este futuro y esta esperanza es JESÚS, el Hijo de Dios, que nace en Belén, en una cueva habitada por animales, con el amor de María y José, a los que ninguna puerta se les ha abierto, haciéndoles probar el trago amargo del rechazo social y el peso de una inesperada inmigración. La cuna en que han puesto al niño recién nacido ha sido un pesebre, el primer altar de la historia cristiana y la primera custodia que lo ha mostrado a un mundo reducido de pobres, los únicos que han acogido con amor la noticia de su nacimiento y han acudido de prisa y corriendo a encontrarlo (cf. Lc 2,1-20). Este descubrimiento ha sido gracias a su limpieza de corazón, de aquellos de los que las bienaventuranzas dicen que «verán a Dios» (Mt 5,8), ¡y lo han visto! Esta visión solo es posible desde la humildad y la sencillez de corazón, actitudes que ayudan a entender a Jesús y el Evangelio, y a seguirle hasta decir con san Pablo: «ya no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí» (Ga 2,20). ¡El encuentro con Él es esencial!

Debemos felicitarnos porque también nosotros hemos sido receptores de esta Buena Noticia y, desde la fe, tenemos respuesta a lo que tanto nos inquieta, especialmente cuando aparece la violencia indiscriminada sobre personas inocentes de toda edad, con la destrucción de sus viviendas y dejándolos a la deriva, cuando los derechos humanos no son respetados. Con la felicitación navideña, va el deseo de una paz justa, basada en el respeto y amor al otro, hecho a imagen y semejanza de Dios. Fue a partir de la contemplación de una pobreza tan cercana que Francisco de Asís intuyó el Belén como admirable signo de la ternura de Dios, un signo que perdura en el tiempo durante 800 años y está presente en nuestras casas, iglesias e infinidad de lugares privados y públicos.

Esta felicitación quiere ser un deseo sincero de la paz personal, familiar, social, eclesial, política y ecológica que tanto necesitamos, paz que es don de Dios, pero a la vez esfuerzo e implicación nuestra. «La paz os dejo, mi paz os doy -dice Jesús-, yo os doy la paz que el mundo no da. Que se serenen vuestros corazones y no teman» (Jn 14,27). Con esta confianza, celebremos con gozo las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Epifanía y vivamos este espíritu de paz a lo largo de todo el año 2024.

Con todo mi afecto y bendición,

+ Sebastià Taltavull Anglada

Obispo de Mallorca

Sants del dia

18/05/2024Sant Joan I papa, sant Fèlix de Cantalicio, sant Eric IX de Suècia.

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