Educación, espiritualidad ecológica y cambios de estilos de vida
Ante la emergencia que crea el deterioro de la relación entre el hombre y la tierra, las vías de solución posibles piden una fuerte dosis de conversión personal y de implicación social. El papa Francisco, en su encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa de todos, dice que «la situación actual del mundo provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo. Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece posible que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco existe en ese horizonte un verdadero bien común […] Por eso, no pensemos sólo en la posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca» (n. 204). Será importante, por lo tanto, un cambio en los estilos de vida.
En este contexto, optar por «un cambio en los estilos de vida -sigue Francisco- podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que, cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores. Comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico. Por eso, hoy el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros» (n. 206). Evitemos convertir la tierra en un infierno.
Como consecuencia, será necesaria una educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente, lo cual pide «recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión» (n. 210). Por ello, tendremos que desarrollar hábitos que sean fruto del cultivo de sólidas virtudes que marcarán la donación de sí en un compromiso ecológico, que, a través de pequeñas acciones cotidianas, la educación sea capaz de motivar hasta conformar un estilo de vida.
Para concretarlo todavía más, he aquí cómo una mayor responsabilidad ambiental puede incidir de forma directa en el cuidado del ambiente, como «evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad» (n. 211). Puede hacer mucho bien una lectura completa de la encíclica Laudato si’.