Quien perdona nunca se equivoca

Acabo de leer que la vida sería un infierno si no supiéramos perdonarnos. Mantener el rencor enferma, separa, ofende, deja a la deriva nuestra vida y nos incapacita para una convivencia normal y estable. No es humano quedarse enlodados en la venganza o mantener entrañas de rabia cuando lo que más nos dignifica es la reconciliación y el perdón. Siempre he creído y he dicho que el que perdona nunca se equivoca, y el que no perdona siempre queda sometido al error y reducido a la frustración. Incluso, lo peor que nos puede pasar es que uno no sea capaz de perdonarse a sí mismo. La Palabra de Dios nos dice «acuérdate de los mandamientos y no serás rencoroso con los demás; piensa en la alianza del Altísimo, y no tendrás en cuenta la ofensa recibida» (Sir 28,7). El mismo texto ha dicho que «es odioso irritarse y guardar rencor», situaciones y actitudes que solo se superan con el amor llevado al extremo, que es el perdón.

Nos duele encontrarnos con gente peleada, lo cual pone en entredicho la capacidad de perdonar. Con esta capacidad se pone en juego la calidad de nuestra vida cristiana. Los que queremos seguir a Jesús y vivir los valores del Evangelio no podemos hacer lo que muchos hacen, como la venganza, el ajuste de cuentas, mantener el rencor de forma indefinida. Perdonar quiere decir llegar a amar hasta el extremo y romper con la espiral de pagar siempre con la misma moneda y al estilo de la ley del talión o la de «¡me la has hecho, me la pagarás!».

En el evangelio, preocupado por cómo tiene que actuar, el apóstol Pedro dice a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano el mal que me ha hecho? ¿Siete veces?». He aquí la respuesta de Jesús: «no siete veces, sino setenta veces siete», es decir «¡siempre!». Incluso, puede ser que nos cueste hacerlo porque hay personas a las que se nos hace difícil perdonar, y todavía nos mantenemos en la obstinación de no querer hacerlo. Pensemos que la voluntad de perdón despliega una infinidad de actuaciones que pueden rehacerlo todo, rehabilitar a las personas reconociendo su dignidad, ampliando esta nueva actitud de recuperación a las dimensiones de la sociedad y de la Creación. Reconciliarse con las personas con el perdón y reconciliarse con la Tierra con el respeto hacia todo lo que Dios ha hecho y nos ha dado para que lo administrásemos bien. ¡Demos con valor este paso!

Tenemos que decirlo siempre con fuerza y especialmente este mes dedicado al Tiempo de la Creación. Refiriéndose a la Tierra, nuestra casa de todos, el papa Francisco ha dicho que «esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (Ls’2). Conviene que seamos capaces de reconciliarnos con las personas y con el entorno creado, y que nuestro corazón se abra humildemente al perdón de Dios, que es el extremo de su amor misericordioso.

Sants del dia

07/05/2024Santa Domitil·la, sant Flavi, sant Agustí Roscelli.

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