En la órbita de la Creación y con agradecimiento al Creador
Jesús fue un contemplativo de la naturaleza y ayudaba a serlo poniendo en valor las cosas creadas y a abrir el corazón a las maravillas que Dios ha hecho en todo lo que ha creado, pero sobre todo fijándose en las personas. Esto, que forma parte de su seguimiento, no evita que en determinados momentos aparezca la tentación del abandono. Hay personas, cristianos destacados por su firmeza en la fe, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, que, como aquel joven del Evangelio, han tenido dificultades para mantener la fidelidad del inicio, el amor primero.
Algunos han abandonado, otros han superado con éxito la prueba porque se han dejado ayudar. Jesús quiere llegar hasta el extremo radical de su entrega por amor y habla de negarse a sí mismo, cargar la propia cruz y seguirle. Con ello se une a todos los crucificados y perseguidos de siempre y de hoy; Él sabe y nos quiere hacer ver que esta es la única vía para llegar a la resurrección. Eso es «pensar como Dios». En cambio, resistirse, como lo hace Pedro, es «pensar como los hombres», y por ello le corrige. Pensar como los hombres es una forma de decir que es posible caer en la tentación de prescindir de Dios y organizarse sin contar con Él, como si no existiese, como si no estuviese -como Creador- en el origen de todo. En cambio, pensar como Dios es la clave para decirnos que nuestra manera de vivir la realidad diaria, con sus alegrías y esperanzas, con sus tristezas y angustias, debe ajustarse a la voluntad de Dios y a la mirada amorosa que proyecta sobre toda la Creación. Todo el Evangelio, cuando oramos con él, nos ayuda a centrar nuestra vida en Dios y a mirar y tratarlo todo con su propio amor, como lo hace Jesús.
Propongámonoslo. Tenemos una nueva oportunidad. Este mes de septiembre y hasta el día 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís, lo dedicamos con toda la Iglesia a celebrar el Tiempo de la Creación. Este año con el lema «que la justicia y la paz fluyan», se nos invita a ser un caudaloso río de justicia y paz que aporte nueva vida a la Tierra y a las generaciones futuras. Este compromiso tiene mucho que ver con la actitud creyente de «pensar como Dios». El papa Francisco nos presenta un itinerario bien interesante y concreto para difundirlo y vivir las convicciones de fe que contiene la encíclica Laudato si’, donde nos recuerda -siguiendo el Cántico de las Criaturas de san Francisco de Asís- que «nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”» (Ls’1).
Los cristianos debemos tener las ideas claras y con este texto del papa Francisco hay oportunidad de tenerlas. Necesitamos la luz que ofrece la fe, profundizar en el misterio de la Creación, responder a los desafíos de la contaminación y del cambio climático, ser agentes de armonía de lo creado, estar atentos a la mirada de Jesús, de quien dice la carta a los colosenses que «todo fue creado por él y para él» (1,16). Una llamada a la responsabilidad ecológica en sus vertientes ambiental, económica, política, cultural y social, siempre en vista al bien común y la comunión universal. Todo orientado a apostar, como resultado, por otro estilo de vida, fruto de una conversión ecológica orientada a la justicia y la paz.