La pandemia económica provoca nuevas pobrezas
«El cristiano que da un trozo de pan al que pasa hambre, realiza una obra de misericordia; pero el que la hace innecesaria, y suprime las causas que dan origen a la injusticia, lucha de manera mucho más eficaz por el triunfo pascual». Son palabras de San Agustín. La Pascua de Jesús, superación definitiva de las pobrezas y de la injusticia más radicales, nos hace ver que la fe cristiana no puede ser nunca el descanso ficticio de quienes viven tranquilos sin amor. Todo lo contrario: la fe cristiana debe ser el fundamento y el motor de nuestra entrega generosa a los demás. La fe no es opio, ni narcótico, ni una tarjeta para bien morir, sino estímulo y fuerza para hacer de nuestra tierra una tierra de hermanos, mientras peregrinamos hacia la meta definitiva.
Pascua significa “paso”, cambio cualitativo de una situación de precariedad a otra de plenitud. Nos anima mucho escuchar que «cada hijo de Dios es un vencedor del mundo», cuando sabemos que hemos nacido de Él. Con Cristo resucitado es posible nacer a la confianza de una nueva primavera para la Iglesia y para la sociedad, y decirlo precisamente en un momento en el que el futuro se presenta con tanta imprecisión debido a la pandemia que aún se está sufriendo directamente o en sus consecuencias. A la pandemia sanitaria se le añade la pandemia económica, la cual nos está exigiendo una nueva visión de todo, cosas y personas, trabajadas desde cada pequeño gesto, ya que «cada gesto cuenta» como nos está pidiendo la Iglesia a través de Cáritas.
Este es un compromiso serio para nosotros, que hemos recibido un encargo muy claro de Jesús en relación a los pobres y las situaciones de pobreza. Entre nosotros estamos hablando, sin embargo, de «nuevas pobrezas» que, tal y como se prevé en estos momentos de nueva crisis económica, tendremos que afrontar con coraje y con la adquisición de nuevas actitudes solidarias que nos hagan caminar hacia unas medidas de más austeridad, que ya piden por ellas mismas nuevas formas de compartir. Aunque no fue un éxito total en aquellos inicios de la Iglesia debido a la falta de desprendimiento por parte de algunos, no podemos dejar de tener a la primera comunidad cristiana como referente indiscutible.
Lo importante en estos momentos es la incorporación de valores éticos al progreso y al bienestar de las sociedades modernas. Es un hecho que la pandemia ha paralizado un estilo de vida acelerado y poco contemplativo, por eso tenemos que superar la mala conciencia de la propiedad estricta basada en un individualismo que no lleva a ninguna parte, y pensar que estamos en el mundo sencillamente para ser buenos administradores que trabajan siempre por unas relaciones justas y a favor de la igualdad entre las personas y del bien común.