Migrantes y refugiados, más empatía y sensibilidad social

Este domingo de septiembre tiene lugar la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Un día para una mayor empatía y sensibilidad social. Migrantes y refugiados, uno de los signos de nuestro tiempo que configuran de una nueva manera la convivencia de nuestros pueblos y ciudades, especialmente los más afectados por un alud migratorio que va creciendo. En gran parte es el resultado de unas políticas en desorden y de unos pueblos sometidos a la injusticia, marcados por los conflictos bélicos, por el hambre y la miseria. El problema está en el origen -lo sabemos- donde también debería estar la solución, pero esta no llega.

La respuesta de la Iglesia está en clave de libertad. El papa Francisco titula así su Mensaje para esta ocasión: «Libres de elegir si migrar o quedarse». Es una alternativa no fácil que necesita de soluciones en uno u otro lugar. La garantía de esta libertad constituye una preocupación pastoral extendida y compartida, que en nuestras diócesis vivimos a diario. La decisión de dejar la propia tierra es dolorosa por las pocas garantías de encontrar lo que uno desea, y la de quedarse es para muchos un infierno debido a las situaciones adversas que aparecen en cada momento. Como cristianos no podemos quedar indiferentes ante este sufrimiento de pueblos, individuos y familias enteras.

La tarea principal -dice el papa Francisco- corresponde a los países de origen y a sus gobernantes, llamados a ejercitar la buena política, transparente, honesta, con amplitud de miras y al servicio de todos, especialmente de los más vulnerables. Sin embargo, aquellos han de estar en condiciones de realizar tal cosa sin ser despojados de los propios recursos naturales y humanos, y sin injerencias externas dirigidas a favorecer los intereses de unos pocos. Y allí donde las circunstancias permitan elegir si migrar o quedarse, también habrá de garantizarse que esa decisión sea informada y ponderada, para evitar que tantos hombres, mujeres y niños sean víctimas de ilusiones peligrosas o de traficantes sin escrúpulos». Un mínimo de empatía, sensibilidad social y solidaridad cristiana por parte nuestra debería asegurar el valor que tiene estar dispuestos a una acogida que les restablezca la dignidad que tienen el peligro de perder.

El libro de los Hechos de los Apóstoles dice que «todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno» (2,44-45). Por ello y «para que la migración sea una decisión realmente libre, es necesario esforzarse por garantizar a todos una participación equitativa en el bien común, el respeto de los derechos fundamentales y el acceso al desarrollo humano integral. Sólo así se podrá ofrecer a cada uno la posibilidad de vivir dignamente y realizarse personalmente y como familia».

A nosotros, los de los posibles lugares de acogida, ¿qué nos corresponde? Empezar por reconocer en cada migrante y refugiado el rostro de Cristo que llama a nuestra puerta desde donde está o cuando se nos presenta físicamente. Debemos ayudar a una migración segura y regular, siendo una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción ni exclusión.

Sants del dia

08/05/2024Sant Víctor, sant Bonifaci IV papa, sant Benet II papa.

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