Si el amor es perfecto, excluye el temor

«¡No tengáis miedo!» Es el grito del Resucitado que invade con fuerza todo el Evangelio. «¡No tengáis miedo!», lo dice no una sino tres veces, con insistencia. Es una llamada sin interrupciones. Este grito debería ser suficiente para no hacernos el sordo y para entender qué buena noticia debemos dar a los hombres y mujeres con quienes convivimos y qué gestos han de ser para ellos una prueba de confianza y de proximidad. Pero, ¿de qué miedo se trata?  Hay miedos que nos impiden actuar con libertad, hablar con sinceridad, relacionarnos con espontaneidad. 

Cuántas veces no hemos logrado deshacernos de ciertas esclavitudes como la desconfianza, los prejuicios, la envidia, la baja autoestima y determinadas actitudes egoístas que nos separan de Dios y de los demás. También conviene que pensemos en los miedos que provienen de fuera, aquellos que debemos vencer con la fortaleza que Dios nos regala y con la certeza del valor que da a nuestra vida. Una cosa es cierta según la lógica del Evangelio: al miedo, ni padecerlo ni provocarlo, siempre vencerlo. 

Observando nuestra realidad personal, familiar y social, vemos que la historia también se repite y hace que nos preguntemos hasta qué punto los cristianos nos damos a conocer como seguidores de Jesús y actuamos como tales. Por ello, ¿hemos experimentado en alguna ocasión el rechazo, la incomprensión, el menosprecio? ¿Cómo hemos reaccionado? Pensemos en nosotros mismos, en la necesidad de liberación y de perdón que tenemos. La confianza puede volver a nacer y nuestra actitud puede convertir nuestra persona en un don para los demás y conseguir que deje de ser una piedra de tropiezo. Para ello, es necesario el amor. No hay otra opción. El amor es el don que Dios nos da en la persona de Jesús. «En el amor no hay temor. Si el amor es perfecto, excluye el temor» (1Juan 4,18). Es un hecho que el miedo nos acompaña siempre cuando la desconfianza invade y deteriora las relaciones humanas. La causa se encuentra en el pecado, en el rechazo de Jesús cuando nos ofrece la oportunidad de confiar plenamente en Él.

La confianza puede volver a nacer y nuestra actitud puede convertir nuestra persona en un don para los demás. Por eso, es necesario el amor. No hay ninguna otra opción. «En el amor no hay temor. Si el amor es perfecto, excluye el temor» (1Juan 4,18). Entonces, del amor nace la solidaridad en el bien que se difunde y se contagia. Cuando el miedo nos acompaña, Jesús sale al paso y su acción en nosotros es eficaz si en nuestro encuentro con Él nos adherimos confiadamente a su persona. Cantemos con gozo que «el Señor es mi fuerza, el Señor, mi canto. Él ha sido mi salvación; en Él confío, ya no temeré; en Él confío, ya no temeré».

Sants del dia

07/05/2024Santa Domitil·la, sant Flavi, sant Agustí Roscelli.

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