Europa hacia el bien común y la paz – Jornada Justicia y Paz
EUROPA HACIA EL BIEN COMÚN Y LA PAZ
Jornadas Justicia y Paz (Madrid, 5-7 de abril de 2019)
+ Sebastià Taltavull Anglada
Obispo de Mallorca
La Iglesia en Europa
1.El proyecto
Estas últimas semanas, hemos podido conocer las declaraciones del presidente de la Comisión Europea, Jean-Clode Juncker y del arzobispo de Luxemburgo y presidente de la COMECE, Jean-Clode Hollerich, durante la Asamblea de los representantes de las Conferencias episcopales de Europa, reunidos en Bruselas los días 13-15 de este pasado mes de marzo.
Jean-Clode Juncker, se declara «ferviente defensor de la Doctrina Social de la Iglesia», a la que considera «una de las enseñanzas más nobles de nuestra Iglesia», aunque –dijo– «forma parte de una doctrina que Europa no aplica con suficiente frecuencia». Expresó públicamente su deseo de que se «redescubrieran los valores y principios orientadores de la Doctrina Social de la Iglesia». Con ello, una llamada a intensificar los esfuerzos de para servir mejor al bien común. Para ello, contará siempre con el apoyo incondicional de la Iglesia hacia este este objetivo y hacia otros desafíos actuales en relación con la construcción de la paz, como el desarrollo tecnológico, la demografía, el calentamiento global y las migraciones.
Hace dos años, el papa Francisco, dirigiéndose a los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea presentes en Italia para la celebración del 60 aniversario del Tratado de Roma, les manifestaba el «deseo de redescubrir la memoria viva de este evento para comprender su importancia en el presente». Por ello, –les decía– «es necesario conocer bien los desafíos de entonces para hacer frente a los de hoy y del futuro».
Sigue el papa Francisco en su discurso: «El 25 de marzo de 1957 fue un día cargado de expectación y esperanzas, entusiasmos y emociones, y sólo un acontecimiento excepcional, por su alcance y sus consecuencias históricas, pudo hacer que fuera una fecha única en la historia. El recuerdo de ese día está unido a las esperanzas actuales y a las expectativas de los pueblos europeos que piden discernir el presente para continuar con renovado vigor y confianza el camino comenzado. Eran muy conscientes de ello los Padres fundadores y los líderes que, poniendo su firma en los dos Tratados, dieron vida a aquella realidad política, económica, cultural, pero sobre todo humana, que hoy llamamos la Unión Europea. Por otro lado, como dijo el Ministro de Asuntos Exteriores belga Spaak, se trataba, «es cierto, del bienestar material de nuestros pueblos, de la expansión de nuestras economías, del progreso social, de posibilidades comerciales e industriales totalmente nuevas, pero sobre todo (…) [de] una concepción de la vida a medida del hombre, fraterna y justa».
Importancia de redescubrir la memoria. Las continuas referencias a la idea original de los fundadores de la Unión Europea van orientadas hacia ello y suponen, a la vez, un reto para el presente. Me ha parecido importante enumerar los siguientes aspectos a los que el papa Francisco hace referencia, no sin antes poner de relieve la necesidad de políticos que se decidan a hacerlo realidad.
En estos momentos vivimos, sin embargo un cambio radical de perspectiva y nuestra época está más dominada por el concepto de crisis. «Está la crisis económica, que ha marcado el último decenio, la crisis de la familia y de los modelos sociales consolidados, está la difundida «crisis de las instituciones» y la crisis de los emigrantes: tantas crisis, que esconden el miedo y la profunda desorientación del hombre contemporáneo, que exigen una nueva hermenéutica para el futuro. A pesar de todo, el término «crisis» no tiene por sí mismo una connotación negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay que superar. La palabra crisis tiene su origen en el verbo griego crino (κρίνω), que significa investigar, valorar, juzgar. Por esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita a valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un tiempo de desafíos y de oportunidades».
¿Qué perspectivas se nos indican para afrontar estos desafíos? En definitiva, ¿qué esperanza para la Europa de hoy y de mañana? ¿Qué pilares?
La respuesta, el papa Francisco la pone en estos pilares fundamentales y a quien gobierna le corresponde discernir los caminos de la esperanza. ¿Cuáles son estos pilares?
· centralidad del hombre,
· solidaridad eficaz,
· apertura al mundo,
· búsqueda de la paz y el desarrollo,
· apertura al futuro.
Incido en un punto que me parece importante porque introduce en todas las propuestas el valor de la fe, como elemento de cohesión y de proyección. Es cuando dice que «la riqueza de Europa ha sido siempre su apertura espiritual y la capacidad de platearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia. La apertura hacia el sentido de lo eterno va unida también a una apertura positiva, aunque no exenta de tensiones y de errores, hacia el mundo. En cambio, parece como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas, y le hubiera hecho bajar la mirada. Europa tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo. Estos son los ideales que han hecho a Europa, la «península de Asia» que de los Urales llega hasta el Atlántico».
No podemos olvidar en cualquier análisis, también como referencia necesaria, la Exhortación Apostólica postsinodal de san Juan Pablo II, Ecclesia in Europa (28-VI-2003).
Hay un momento en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 205, donde el papa Francisco reza por los políticos con estas palabras:
· « ¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad «no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas».
· « ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social».
II. La propuesta
Veamos ahora la cuestión desde la perspectiva de la Iglesia a partir de las palabras del papa Francisco a los participantes en la Conferencia «Repensando Europa», organizada por la Comisión de las CE de la Comunidad Europea (COMECE).
«Hablar de una contribución cristiana para el futuro del continente significa ante todo preguntarse sobre nuestro deber como cristianos hoy, en estas tierras fecundamente plasmadas por la fe a lo largo de los siglos. ¿Cuál es nuestra responsabilidad en un tiempo en el que el rostro de Europa está cada vez más marcado por una pluralidad de culturas y de religiones, mientras que para muchos el cristianismo se percibe como un elemento del pasado, lejano y ajeno?
Está hablando de responsabilidad en un medio cada vez más plural y en el que el cristianismo está perdiendo fuerza, a diferencia de otros países, y se le ve como algo del pasado, lejano y ajeno.
La primera propuesta importante: el concepto de persona y de comunidad.
San Benito no se preocupa de la condición social, ni de la riqueza, ni del poder. Él mira la naturaleza común de cada ser humano. A partir de ese principio se construyeron los monasterios, que con el tiempo se convertirían en cuna del renacimiento humano, cultural, religioso y, también, económico del continente.
La primera, y tal vez la mayor, contribución que los cristianos pueden aportar a la Europa de hoy es recordar que no se trata de una colección de números o de instituciones, sino que está hecha de personas. Lamentablemente, a menudo se nota cómo cualquier debate se reduce fácilmente a una discusión de cifras. No hay ciudadanos, hay votos. No hay emigrantes, hay cuotas. No hay trabajadores, hay indicadores económicos. No hay pobres, hay umbrales de pobreza. Lo concreto de la persona humana se ha reducido así a un principio abstracto, más cómodo y tranquilizador. Se entiende la razón: las personas tienen rostros, nos obligan a asumir una responsabilidad real y «personal»; las cifras tienen que ver con razonamientos, también útiles e importantes, pero permanecerán siempre sin alma. Nos ofrecen excusas para no comprometernos, porque nunca nos llegan a tocar en la propia carne.
Reconocer que el otro es ante todo una persona significa valorar lo que me une a él. El ser personas nos une a los demás, nos hace ser comunidad. Por lo tanto, la segunda contribución que los cristianos pueden aportar al futuro de Europa es el descubrimiento del sentido de pertenencia a una comunidad. No es una casualidad que los padres fundadores del proyecto europeo eligieran precisamente esa palabra para identificar el nuevo sujeto político que estaba constituyéndose. La comunidad es el antídoto más grande contra los individualismos que caracterizan nuestro tiempo, contra esa tendencia generalizada hoy en Occidente a concebirse y a vivir en soledad. Se tergiversa el concepto de libertad, interpretándolo como si fuera el deber de estar solos, libres de cualquier vínculo y en consecuencia se ha construido una sociedad desarraigada, privada de sentido de pertenencia y de herencia. Para mí, esto es grave».
A partir de ahí, hemos de reconocer que nuestra identidad es relacional. La imagen del Cuerpo (cf. 1Co 12,12). El papa Francisco lo refiere a la familia y dice: «La familia, como primera comunidad, sigue siendo el lugar fundamental para ese descubrimiento. En ella, la diversidad se exalta y al mismo tiempo se recompone en la unidad. La familia es la unión armónica de las diferencias entre el hombre y la mujer, que cuanto más generativa y capaz sea de abrirse a la vida y a los demás, tanto más será verdadera y profunda. Del mismo modo, una comunidad civil está viva si sabe estar abierta, si sabe acoger la diversidad y las cualidades de cada uno y, al mismo tiempo, sabe generar nuevas vidas, así como también desarrollo, trabajo, innovación y cultura.
Persona y comunidad son, por tanto, los pilares de la Europa que como cristianos queremos y podemos ayudar a construir. Los ladrillos de ese edificio se llaman: diálogo, inclusión, solidaridad, desarrollo y paz».
1. Europa, un lugar de diálogo,
2. Europa, un ámbito de inclusión
3. Europa, un espacio de solidaridad
4. Europa, una fuente de desarrollo
5. Europa, una promesa de paz
El compromiso de los cristianos en Europa debe constituir una promesa de paz. Fue este el pensamiento principal que animó a los firmantes de los Tratados de Roma. Después de dos guerras mundiales y violencias atroces de pueblos contra pueblos, había llegado el momento de afirmar el derecho a la paz. Es un derecho. Pero todavía hoy vemos cómo la paz es un bien frágil y las lógicas particulares y nacionales corren el riesgo de frustrar los sueños valientes de los fundadores de Europa.
Sin embargo, ser trabajadores de paz (cf. Mt 5,9) no significa solamente trabajar para evitar las tensiones internas, trabajar para poner fin a numerosos conflictos que desangran al mundo o llevar alivio a quien sufre. Ser trabajadores de paz significa hacerse promotores de una cultura de la paz. Esto exige amor a la verdad, sin la que no pueden existir relaciones humanas auténticas y búsqueda de la justicia, sin la que el abuso es la norma imperante de cualquier comunidad.
La paz exige también creatividad. La Unión Europea mantendrá fidelidad a su compromiso de paz en la medida en que no pierda la esperanza y sepa renovarse para responder a las necesidades y a las expectativas de los propios ciudadanos».
Referencia al autor de la Carta a Diogneto (siglo II): «los cristianos son en el mundo como el alma es en el cuerpo». Hay que dar nuevamente alma a Europa, no para ocupar espacios, sino para animar procesos que generen nuevos dinamismos en la sociedad. San Benito diseñó el rostro de Europa desde la oración, el silencio y el trabajo. Algo podremos hacer si nos lo proponemos.
III. La «cultura eucarística», fuente de humildad y servicio
Me parece significativa la apreciación que sobre Europa hace el papa Francisco y la manera como lo expone en la Sesión Plenaria del Comité Pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales (10-XI-2018). La importancia de la Eucaristía.
Me ha hecho pensar en una anécdota que viví hace unos años siendo párroco en Menorca, después de la misa en una noche de verano. Lectura de “partir el pan”. ¿Sabéis lo que hacéis? (me dice un agnóstico). ¿Lo hacéis siempre? ¿Sabéis que ésta es la solución del problema del mundo? Antes de la fracción del pan, yo había dicho: partir y repartir para poder compartir. Estilo y compromiso de vida cristiana. Antes Jesús había hecho el gesto inusual y escandaloso de lavar los pies. Era la humilde actitud de servicio sin esperar nada a cambio. Y les dijo a sus discípulos: ¿Me habéis entendido? Pues, «haced vosotros lo mismo» (cf. Jn 13,15). A este gesto une la institución de la Eucaristía, presencia del Señor Resucitado, para la vida del mundo.
Referencia a Chistus vivit, última Exhortación apostólica postsinodal del papa Francisco a partir del Sínodo dedicado a los jóvenes. «Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza» (Chistus vivit, 2).