1º DOMINGO DE ADVIENTO (C)
“Cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”. Lucas 18, 8.”Los apóstoles dijeron al Señor: -Auméntanos la fe”. Lucas 17, 5.
En la iglesia universal iniciamos este domingo un tiempo cargado de gracia, como las negras nubes, cargadas de agua, aparecen como signo de vida y esperanza cuando la tierra padece una larga sequía.
Una sequía de espiritualidad se cierne sobre el panorama general de la Iglesia que el Papa quiere cambiar en este Año de la Fe. Es consciente de cómo la fe en Cristo está agonizando o se muestra sin respuesta ante los retos y profundos cambios culturales de nuestro tiempo.
La angustia llena la vida de tantos y tantos hermanos, acosados por la crisis económica o por escándalos de los que deberían iluminar el camino. La sal se ha vuelto sosa a veces hasta en dirigentes religiosos, víctimas de la rutina, el miedo, la comodidad o la ignorancia.
Cansados de bregar en la noche sin ver resultado alguno, se han refugiado a los cuarteles de invierno, sin ganas de que llegue otro amanecer; ya lo intentaron muchas veces; se agotó, dicen, su creatividad. “Sus profetas son viento, no tienen palabra del Señor”. Jeremías 5, 8. Palabras que repetiría el profeta ante situaciones de hoy.
“Súbete a un monte elevado…alza fuerte la voz…álzala, no temas, di a las ciudades…:”Aquí está vuestro Dios”. Isaías 40,9.
Éste es el grito que fundamenta nuestra esperanza. Llega el médico que puede curarnos, el amigo que nos acompañará, el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos.
“Dios ¿no hará justicia a sus elegidos si gritan a él día y noche? Lucas 18,7.
*****
Con cara de vergüenza, heridos por nuestros propios pecados, nos arrodillamos a los pies de Jesús, cerramos la boca, bajamos la mirada y, como la mujer pecadora de Lucas 7, 37, nos acercamos a los pobres para calmar sus penas, suavizar sus heridas y compartir su hambre y sed de justicia y de amor.
Nuestras miserias nos hacen bajar la cabeza, pero la confianza que la fe nos ofrece en el amor del Padre, infunde paz a nuestra pobre oración.
Ya que no tenemos toda la fe que quisiéramos para poder mover montañas, mostremos una compasión eficaz hacia los pobres que nos impulse a salir del egoísmo, de nuestro desierto espiritual, de la muerte en vida.
Los pobres, mensajeros de Dios que gritan desde sus casas (si la tienen), pueden salvarnos del estado de muerte. “Cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”. Lucas 18,8.
Aquella mujer a los pies de Jesús no consta que le dijese ni una palabra. Sus lágrimas y sus gestos hablaban más alto y claro que todos los discursos del fariseo que presidía la cena. Jesús y ella estaban sintonizados en otra galaxia.
Necesitamos salir de nuestra actitud y de nuestra manera de vivir la fe, que el tiempo, la ignorancia y la comodidad han tejido como una camisa de fuerza que retiene a muchos en la mediocridad y la mentira.
El fariseo presidente se erige en garante de la moral; quiere organizarle a Jesús su ministerio. Al mismo tiempo los pecados de ella y su arrepentimiento a los pies de Jesús, están realizando el mundo nuevo que la salvación de Jesús anuncia y realiza.
Nuestro programa de adviento queda trazado en esta estampa: Jesús perdona a la mujer mientras el fariseo queda anquilosado en su mentira.
La salvación de Jesús es incalculable, su amor es una novedad absoluta y llega hasta el fondo del corazón humano y de las situaciones que nuestra debilidad ha provocado. ¿Sabremos en este adviento de gracia, arrodillarnos en silencio ante el Señor, conscientes de nuestras muertes, esperando e imAdviento es un mes de preparación para la Navidad, un tiempo cargado de gracia, como cargadas de agua están las nubes negras y densas en tiempos de sequía. No perdamos la ocasión que se nos brinda.
Llorenç Tous